Ya sabes que me gusta
contarte cosas que no tienen importancia. Me encanta hablar contigo de la
importancia de las cosas. Me divierte el juego de desmontar las cosas importantes
y terminar hablando de ellas como quien cuenta una historia en un ejercicio
banal de diletancia. Me alimenta que me escuches cada viernes desde tu isla y
que el puente que te trae a tierra sea el sonido de mi voz en tu cabeza. La
radio tiene esta magia. Te hablo a ti y sabes que no es contigo con quien estoy
hablando, porque me oyes decirte cosas que nunca antes has oído. Mi voz suena
en tu memoria y reconoces que es a ti, como a todos, a quien estoy hablando
ahora.
En cambio, hacemos de cada
golpe de voz una cruzada, de cada pose, de cada dictado caprichoso de nuestra
frágil voluntad un mundo de emociones, un vórtice, un torbellino que nos
arrastra. Y nos dejamos llevar por él, buscando una salida al exterior,
ignorando que en un tornado el punto más seguro está en el interior. Igual es
que es mejor no resistirse, no rebelarse, no intentar cambiar lo que no tiene
remedio. Yo te digo que nuestras acciones deben tender a la simplicidad. Fíjate
que, con toda la complejidad de las noticias, me encuentro en un callejón sin
salida cada viernes, cuando decido el tema de este comentario. Supongo que la
actualidad me traería otra vez a hablar de la polémica sobre la ubicación del
Conservatorio o de la cuestión de Triana y de su madre, pero, ¿quién quiere oír
hablar de cosas tan complejas? Me apetece contarte algo sin importancia, algo
que ocurrió el miércoles en la Casa de Cultura de Vilecha. ¡Mucho hablo de
Vilecha últimamente! Igual es que cuando voy por allí noto que flota en la luz
una intención sencilla en el modo de abordar cualquier tarea. ¿Ves? ¡Cosas sin
importancia!
El miércoles, de lo que se
trataba era de hablar de la escuela. La escuela de ayer y la escuela de hoy, no
hubo quien se atreviera con la escuela del mañana. Tengo que decirte que había bancos
de aquellos que tenían un agujero para el tintero y un espacio para el plumín,
los habían traído de Trobajo del Cerecedo, junto con libros interesantísimos,
pupitres centenarios, una mesa del profesor y otras curiosidades. La charla fue
amena y relajada, sin prisa de ninguna clase, sin necesidad de precipitar las
cosas, no fuera a ser que eso originara un sobrecoste. La idea que planeaba el
miércoles era la de que no habían cambiado tanto las escuelas, salvo en lo
material. Parecía como si el tiempo se nos deshiciera en los dedos. Entonces
sacó Tomasa un cuaderno que traía como oro en paño, un cuaderno de hojas
amarillas que se desmigaban al suelo al menor movimiento, como se desmiga un
bizcocho cuando está esponjoso. Un primor de cuaderno, decorado en capitales
caligrafiadas con el ritmo de la época, una caligrafía gótica que ya cada vez
es más difícil de ver en cuaderno alguno. Y en una de las páginas, una frase repetida
varias veces: los vivos están compuestos de células. Parece como si se hubiese
quedado la palabra “seres” entre las manos de Tomasa, como si el hecho de
pertenecer a los seres vivos no tuviera ninguna importancia, salvo el hecho
positivo de la vida. ¿Ves como te hablo de asuntos banales? Mejor me callo y te
digo, como hago siempre que mis hijos tienen que enfrentarte a uno, ¡buen día y
suerte en el examen!
Muchas gracias al blog por ayudarnos a reflexionar sobre todos los temas que nos muestran; para conseguir la suerte y el amor deberás encontrar algún amuletos de la suerte que te sirva y tener mucha fe.
ResponderEliminar