Como no sé si has visto la
película, te lo tengo que contar. Se trata de un muchacho que toca la batería y
que sueña con ser como Charlie Parker. Cuando está practicando, encerrado en un
cuarto del conservatorio, tiene la fortuna de que el profesor más duro de la
escuela de música en la que estudia se fije en él. No puedo darte muchos
detalles por si no la has visto, pero te cuento que es una exageración del modo
en que algunos profesores piensan que se debe enseñar a sus pupilos. Una
derivación del ideal de la lucha por la superación y el modo de lograr el éxito.
Cuando éramos jóvenes había
en la tele una serie que se llamaba Fama.
Recuerda aquella mítica frase: “la fama cuesta y aquí es dónde vais a empezar a
pagar con sudor”. Nada se consigue sin esfuerzo. Ningún artista puede decir que
su obra no es fruto del trabajo, porque las musas, cuando llegan, tienen que
encontrarte trabajando. Pero hay multitud de ejemplos en los que ese esfuerzo
alcanza cotas desmedidas cuando se trata de la música o de la danza. Tiene que
ver con la exigencia física, claro, algo que es absolutamente obvio cuando
hablamos de danza, pero que también lo es en el caso de los instrumentistas. Los
dedos, los labios, los brazos duelen hasta que el callo tapa la ternura de la
piel y vuela fuera de sí el sonido que está del otro lado del mundo. Recuerdo
las manos de Paco de Lucía, imagino las mejillas de Louis Amstrong, adivino el
abandono de John Coltrane con los ojos cerrados al sonido de su saxo. Me vienen
a la cabeza películas sobre el esfuerzo y el salto más allá de la pura técnica,
títulos como El cisne negro o El último bailarín de Mao, pero hay
cientos de ejemplos. Miles de historias que nos hablan de la dureza, del enorme
esfuerzo que hay detrás de una ovación en un auditorio. Y esa historia de
esfuerzo y dedicación empieza entre las cuatro paredes de una escuela de
música.
Parece que por decisión de
unos o de otros el nuevo Conservatorio de León quizá termine construyéndose a
los pies del estadio. Quizá sea una vuelta a aquellos Juegos Píticos que se
celebraban un año antes de las Olimpiadas en la antigua Grecia y que antes de
incorporar pruebas atléticas consistían en concursos de música y canto. Lo que
me parece raro es que la Consejería de Educación no haya hablado antes con la
Directora del Conservatorio para explicar la decisión de hacer que la música
salte el río y se esconda en los bajos del campo de fútbol. En el estado actual
de las cosas imagino salas acolchadas para contener los lamentos de la
Comunidad y veo las miles de firmas de protesta de los afectados desfilando
ante los ojos de los técnicos de la Consejería. Un desconcierto que carece de
partitura. Te aseguro que no sé predecir un final. Creo que, en la película de
la que te hablaba al principio, a pesar de todo, se comprende que no todo vale
y que hay situaciones que responden a esa oscura humanidad que provoca el
horror, lo monstruoso.
Un ejercicio en una escuela
de diseño consistía en eso, en hacer figurines desde la idea del horror humano.
No digo yo que lo del Conservatorio pase del error al horror, aunque hay algo
genial en la capacidad de hacer belleza con lo monstruoso. A una alumna se le
ocurrió diseñar estampados con las imágenes de las lágrimas vistas al
microscopio. Un salto hacia lo bello para sacar a la luz del día lo que
esconden los focos.
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