Ojalá que el lunes por
la noche esté el cielo despejado para ver esa luna llena que se nos anuncia: la
“superluna” del lunes. Parece un juego de palabras. Yo voy a dormir con la
persiana levantada, porque quiero dejarme arropar por la blancura de esa luz,
porque sé que ese abrazo distante y cercano a la vez, me recorrerá la piel como
en un sueño de colores. Nos vamos a encontrar con la luna llena en su perigeo, en
el punto de su órbita más cercano a la tierra. No es que esté más cerca que
nunca, es que va a coincidir que estará muy cerca en fase de luna llena y se
verá muy grande. Por eso te digo que ojalá podamos verla, que el cielo
permanezca despejado, que la tengamos un ratito colgada en la ventana y
sintamos, cada uno desde nuestra nube, la caricia de su belleza.
Lo
otro, lo que habla de señales apocalípticas, habrá que mantenerlo en un
paréntesis. Es tan usual que nos dejemos morder por el titular de la noticia,
que nos quedamos sin gozar de lo que viene dentro. Nos cuentan lo que tenemos
que ver, lo que tenemos que sentir, lo que tenemos que esperar y nos desmayamos
en el vuelo de los titulares pensando, por ejemplo, que esta luna de noviembre
es una lúgubre señal. Y si además resulta que en Estados Unidos los votantes
eligen a un Presidente que ha valorado públicamente la ignorancia por encima
del conocimiento, que ha defendido la pureza de la raza frente a la riqueza de
la mezcla, igual hay que pensar que, cuando a partir de enero asuma el poder, tal
vez, efectivamente, se trate del comienzo del fin. Aunque lo más seguro es que
no llegará la sangre al río.
Y si así fuera, si realmente leyéramos un titular
en todos los medios de comunicación del planeta al mismo tiempo en el que se
afirmara el comienzo del apocalipsis, ¿qué harías? Lo suyo sería coger una caja
de palomitas y sentarse a verlo. Tiene que haber mucho colorido en eso del fin
del mundo. O quizá no, quizá sea una cosa sosa, un espectáculo menos vistoso
que esta “superluna” de noviembre, quizá un apagarse sin más, un desconectar
como quien apaga un televisor. Por cierto, ¿te sentarías en el sofá a verlo por
la tele o te irías a verlo llegar desde algún lugar mágico a la orilla del
Bernesga? Quizá esto del apocalipsis ya está en marcha desde siempre. No es
nuevo. Me cuesta creer que el mundo vaya a terminar de golpe por mucha tercera
guerra mundial que pudiera organizarse. Pienso, más bien, en una degeneración,
un desgaste que incluye evidencias como el grado de contaminación que nuestro
primer mundo ha impuesto a todo el resto. El fin del mundo es diario para
muchas personas.
Según
UNICEF, mueren en el mundo 19 mil niños al día por causas evitables. Siguiendo
ese cálculo se ha acabado el mundo para 40 niños en estos tres minutos, para 13
de ellos por desnutrición. Ahora que empieza el fin del mundo vamos a intentar
que las cosas sean de otro modo, viva quien viva en la Casa Blanca y vamos a
disfrutar de esta luna tan hermosa, si es que el cielo nos lo permite.
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