Ya es Navidad. Lo dice
el anuncio de la lotería. Y, como ya es Navidad, llegan los días más emotivos
del año, esos en los que el azúcar del turrón y la manteca de los polvorones se
nos pegan al riñón sin consideración alguna. Bueno, en realidad todavía no ha
llegado la Navidad. Por mucho que se adelanten las fechas, por mucho que se nos
anuncie, por mucho que los escaparates se enciendan en acebo y rojo, todavía no
es el momento. Hay que esperar. Lo que pasa es que me han
contado el anuncio de la lotería y ya casi me echo a llorar solo de oírlo. Esa
fibra sensible que toca la campaña de publicidad más típica de la Navidad,
junto con las burbujas Freixenet, habla de lo que siempre fuimos, lo que parece
que se esconde en pliegues de triste realidad. Fuimos sueño, fuimos infancia,
fuimos ternura. Y lo volvemos a ser al envejecer. Volvemos a esa niebla de la
infancia y con eso saltan las lágrimas de la inocencia, aunque los años nos
encierren en la soledad. Por eso te digo que hay que volverse a mirar hacia
atrás. Mirar ese sueño del pasado.
Fíjate
lo que me contaron este martes: hay una amiga muy querida que ha dejado de
tener sueños. Antes, cuando se desvelaba en la cama, en ese momento incierto
del duermevela, proyectaba futuros posibles, fantasías que le cantasen la nana
de la felicidad para poder dormir. Ahora, con el paso de los años, ya no queda
espacio para ensoñaciones, así es que, cuando se desvela, cierra los ojos
fuerte y mira para atrás y se inventa sueños de pasados que no fueron. Y así se
duerme.
Y
será por eso que ha recuperado el gozo del juego. Será por eso que ha vuelto a
disfrutar del tacto de la soga en la palma de la mano para mover la comba, para
cantar canciones de ritmos olvidados mientras los muchachos saltan; ha vuelto a
llevar el pañuelo en los ojos, a saltar entre las líneas de la rayuela, a
contar “un, dos, tres, al escondite inglés”. Los juegos de cuando no había
tecnología. También me contaba la última moda, el reto viral del “Ahí viene
Andy”. Se trata de dejarse caer al suelo cuando alguien grita “ahí viene Andy”,
como hacen los personajes de la película de Pixar cuando aparecen los humanos
en la habitación de los muñecos. La vida se desvanece para mantener el secreto
de la magia. Y eso lo recoge un móvil y lo pone en Twitter, para que quede
constancia de que sabemos de qué va la “gansada”. Es lo que tienen las modas,
que lo que mola es saber que existen para poder apuntarse. Y saber que hay
otros que no saben que existen.
Pero
llega la Navidad. Se acerca peligrosamente para nuestros riñones, nuestro
corazón, nuestro bolsillo tal vez. Y ocurre que en esa primera fiesta antes de
la Navidad es cuando muchos de nuestros adolescentes se inician en el consumo
de alcohol, esa inocente idea de que por tomar un poco el día de las vacaciones
no pasa nada y que termina con las estadísticas que esta semana hemos conocido
que nos hablan de 22 casos de jóvenes de entre 13 y 14 años que han sido
atendidos en el Hospital de León en lo que va de año por intoxicación etílica.
Otra manera de caerse al suelo, solo que no es Andy el que viene.
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