Hace pocos días tuve la
oportunidad de disfrutar del Hamlet de Miguel del Arco. Fue una casualidad,
algo totalmente imprevisto. Ocurrió como ocurren la mayoría de las cosas que
determinan verdaderamente nuestra realidad, por pura fuerza del azar. Por
ejemplo, el hecho de que un óvulo sea fecundado en unas condiciones
determinadas es un suceso tan aleatorio, que se podría decir que nuestra carga
genética, lo que determina cómo vamos a ser a base de multiplicaciones y
multiplicaciones celulares, está prescrito por esa infinitesimal posibilidad.
Solo que esa suerte o esa desgracia, ese acontecimiento fatal, desencadena una
serie de causas y efectos que quizá una mente prodigiosa, un demonio de Laplace
preclaro, podría interpretar y predecir, salvando, eso sí, las minucias del
ambiente, las pequeñas distorsiones de la experiencia, el balanceo de los
sentimientos en la desbocada división celular. Y ese es el jardín en el que se
enreda Hamlet. Esa es la verdadera cuestión, el verdadero asunto, la clave del
problema. ¿Ser o no ser?
Ser o no ser, ese es el tema. Tuve la oportunidad de ver a
Israel Elejalde en primera fila. Casi te puedo decir que me estaba hablando a
mí, que me miraba cuando desgranaba el maravilloso texto de Shakespeare. Y
pensé en tantas cosas como había pensado a propósito del drama de Hamlet.
Cuando lo leí por primera vez. Cuando lo estudié más a fondo a propósito de la
duda como elemento demoledor de la realidad. Cuando me di cuenta de que dudar
es buscar un cimiento sólido para la verdad en manos de un racionalista, pero
es vivir la emoción de la verdad en el corazón de un Príncipe de Dinamarca. Y
luchar contra un sable envenenado.
Pero si volvemos a los genes, si volvemos a la idea de la
traición al padre, porque la usurpación del trono es eso, una afrenta a la
fuerza de la genética, me gustaría decirte que todo lo que se puede hallar en
un gameto es la pertenencia o no al club de los ojos bonitos. Ser o no ser
miembro del club de los ojos verdes. Ser o no ser capaz de mantener a raya la
pura biología. ¿Y si ya estuviera escrito en nuestro ADN el modo en el que nos
vamos a enamorar? ¿Y si fuese ese supuesto azaroso abordaje celular en una de
las trompas de Falopio el que determina si años más tarde se encuentra uno
escribiendo un artículo para la radio y leyéndolo a esta hora de la mañana para
entretenerte mientras andas de tu corazón a tus asuntos? Y si todo eso fuera
así, ¿acaso Hamlet no tendría toda la razón para fingir haber perdido toda la
razón?
Ser o no ser. ¡Menudo drama! Ser o no ser, ponte por caso,
Ministro de Fomento. ¿Qué es más noble para el alma, sufrir los golpes y las
flechas de la injusta fortuna o tomar las armas? Me imagino que no hace falta
tomar las armas por mucho que uno sienta que se halla ante un mar de
adversidades. Es lo malo que tiene sonar en las quinielas cuando es Rajoy el
que arma el gobierno, que uno se queda mirando cómo pasa la oportunidad, si es
que existió. ¿Cómo funciona esto? ¿Hay alguien que dice que Rajoy va a nombrar
Ministro a un Alcalde del norte de España y empieza a sonar el nombre de
Silván? ¿Cómo será que te suene el móvil y el Presidente del Gobierno te diga
que quiere que seas Ministro? Ser o no ser miembro del club. Ser o no ser el
que contesta al teléfono, me imagino que debe de ser esa la cuestión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario