Me
encanta pegar el oído a conversaciones ajenas. Ya te habrás ido dando cuenta.
Creo que tiene que ver con esa idea mía de ser escritor. Para escribir hay que
leer mucho, es verdad, pero yo creo que también es necesario vivir mucho, tanto
así que con la vida de uno no basta, que son necesarias otras vidas para poder
explicar las historias desde diferentes perspectivas. En realidad no sonsolo
las historias de cada cual, sino que hasta la propia Historia recogida en los
libros se escribe viviendo vidas diferentes. Así es que, como no puedo meterme
en el cuerpo de los otros, trato de escuchar lo más posible y se me da muy
bien. Por mi trabajo, por mi vocación, por mi modo de ser, escucho lo que los
demás me dicen. Creo que tengo facilidad para la empatía y por eso me cuentan
muchas cosas, pero no me conformo solo con lo que me cuentan. También me gusta
pegarme a lo que unos y otros se dicen entre sí. Y mi reflexión de hoy tiene
lugar al hilo de una frase escuchada en una de esas conversaciones atrapadas
sin permiso. Estaban hablando de sus cosas, una conversación banal sobre niños,
colegios, quehaceres y entonces él dijo: “¡Anda ya, locuela!”
Y
terminó la conversación, porque a ella se le dibujo una sonrisa y lo miró por
encima de las gafas y ya no tuvieron nada más que decirse. ¡Anda ya, locuela! A
veces el modo en el que sabemos tocar la fibra más sensible del otro no está en
los grandes gestos, ni en los enormes sacrificios, ni en la retórica más
rebuscada. Ese “locuela” deslizado en medio de una conversación del día a día
descompuso el mal gesto hasta convertirlo en beso. La magia de la que hablamos
siempre. La magia del corazón que modifica cualquier penuria, cualquier
insatisfacción y enciende la luz de la belleza. ¡Anda ya, locuela!
Y
la otra reflexión a raíz de ese “locuela” es que estamos dejando ir tantas
palabras bonitas, tan expresivas, tan de nuestra memoria e incorporando tan
vertiginosamente barbarismos invasores que ya no sabemos si estamos en la Plaza
del Grano o en Times Square. No me malinterpretes, que no es que no crea en el
proceso de globalización. Sé que es bueno que el mundo sea uno, en la medida
que sea un mundo para todos y no excluya a tantos como está excluyendo este
proceso de globalización primer mundialista. Sé que este inglés tan presente,
tan incorporado al día a día, es innegociable, pero no sé qué palabra inglesa
puede tener la fuerza expresiva de ese “locuela”, al menos para nosotros.
Cuando oigo decir blackfriday, flashmobe, mannequin challenge y cosas por el
estilo, comprendo que tienen la fuerza imparable de la modernidad, la novedad,
la comprensión global y, desde luego, el márketing, otra
palabra extranjera que se ha incorporado a nuestro diccionario porque nadie en el
mundo de hoy utiliza “mercadotecnia”, si no es una asignatura.
Aquí en León tenemos este fin de semana un
encuentro informático que se llama Cybercamp con esa facilidad del inglés para
la síntesis expresiva y,el que viene, un gran evento de orden internacional que
se llama PurpleWeekend. No es lo mismo ir a los conciertos de un festival que
se llame “fin de semana púrpura” que a uno que se llama PurpleWeekend. Fíjate
que el púrpura es el color de los Cardenales y,con todo el respeto para los
purpurados, no veo yo a mucho Monseñor danzando en el CHF como una locuela.
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