Esta
Navidad han crecido como setas los tiovivos por la ciudad. Los he visto en
diferentes lugares, con un aire de viejo nuevo o de nuevo viejo, no sabría
decir, que me llena de angustia. Déjame que te explique esto. Los tiovivos que
han salido como regados por las plazas no tienen el aire gastado de las ferias,
no son aquellos carruseles ajados, máquinas que dejaban ver los engranajes, que
escondían a duras penas ruedas dentadas, barras, rodamientos que llevaban
consigo el mágico giro de los caballitos. No tienen los kilómetros del sueño de
los niños estos carruseles encendidos en llamaradas que irradian su modernidad
por todas direcciones. Agreden desde lejos los amarillos, naranjas,
rojos; colores calientes para el frío de León, que atrapan con su destello el
capricho de los pequeños. Y desde bien lejos se escucha el sonido ensordecedor
de la bocina, la llamada a comprar nuevos tickets para un mismo viaje. Pretenden
mantener un aire antiguo, pero no engañan a nadie. Por todos los rincones
exudan su papel de niñera; su intención de aprovechar que a las familias les
cuesta sobrellevar estos días de vacaciones, quizá en ausencia de deberes; su
vocación de enganchar unos euros en la pedrea del consumo.
Este
aire viejo nuevo o nuevo viejo me recuerda el debate sobre los deberes. Un
debate nuevo viejo o viejo nuevo, el debate sobre qué hacer con el tiempo libre
de los escolares, el debate sobre el modo de organizarles el mundo de la
competitividad, porque, de algún modo, las actividades que se les programan en
su tiempo libre, desde el violín, hasta el inglés, la hípica o el macramé, son líneas
del curriculum del futuro, salvo esos casos maravillosos, esos que no se
quieren subir al tiovivo, en los que son los propios niños los que quieren
aprender sin sentir ningún deber.
Diría
que todas las madres se llaman Isabel, que cabe en ellas la espuma de la
libertad, que saben saltar la barrera de lo necesario. Todas las madres se
llaman Isabel y no necesitan tiovivos para enredarse con sus hijos en fantasías
diarias que les enseñan a utilizar las herramientas de lo que está bien y lo
que no, lo que hace crecer y lo que engorda, lo que libera y lo que esclaviza.
No sé por qué nos ha dado por desplazar la educación a los tiovivos y enlatar
las cabezas de los jóvenes con deberes sobre deberes y sobre deberes. No
entiendo por qué no pueden estudiar piano unas niñas que disfrutan estudiando piano,
como no entiendo por qué tienen que estudiar piano unas niñas que no tienen el
menor interés en hacerlo. Danza, alemán, gimnasia rítmica, baloncesto de
competición, fútbol con partidos en los que ya se aprende a insultar al
árbitro. No hay Isabel que lo resista, porque toda esa presión es de la madre,
que siente que ya no cuida como debe, mientras el padre trae y lleva y exige,
en su hipócrita papel de proveedor, que las cosas vayan siempre por su sitio. Y
hemos perpetuado esa estafa y damos vueltas como tontos mirando el tiovivo de
colores.
Yo sé que no haces más que ponerme deberes y que
esos deberes que me exiges me van convirtiendo en Isabel, me acercan más al
sentimiento. Me hacen más madre, más cercano al corazón. Y por eso, cuando hace falta, lloro.
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