La cita es mañana a las doce en la Plaza de
Guzmán. Desde allí, andando hasta Santo Domingo y luego a San Marcelo, donde
tendrán lugar distintas actividades para recordar a las víctimas de violencia
de género asesinadas en el último año. Ni se te ocurra negar la necesidad de
este día, de estos actos, de estas campañas, porque la chispa de la violencia
se enciende en un soplido y siempre se descubre a los hombres violentos debajo
de buenas personas, sin que ese fantasma de la muerte tenga más vehículo que el
impulso de un instante. Luego el arrebato del miedo o de la culpa y casi
siempre el suicidio o una huida menos inmediata. Punto y final. Sí. Me
encantaría, como dice la campaña del Ayuntamiento de León, poner un punto y que
ese fuera el final de la violencia de género. Pero este punto no cierra el
reguero de sangre, porque la violencia no es solo un asunto de las noticias.
Quizá no te acuerdas, pero alguna de esas palabras
salpicadas desde el otro lado del tabique, esos gritos insultantes que venían
de otra casa, se hicieron eco en la guata de tu bata. Tú los oíste, pero se
engancharon en los rulos y en la redecilla y se disolvieron en el ruido del
secador. No eran tuyos. Eran de otra. Seguiste dibujando en el espejo el
contorno de tus cejas y los gritos del vecino pasaban en un “ay” por la delgada
piel de tus muslos recién liberados del vello incómodo que te afea a los ojos
de tu príncipe. Los gritos no eran tuyos y ni los notaste.
Rodaban por tu espalda destrozada de llevar esos tacones que te hacen tan guapa
a su mirada. Eran insultos extraños a tu oído.
Y, cuando llegó la hora, dejaste la bata de guata
colgando de la percha del cuarto de baño. Ya te habías quitado los rulos y te
habías cepillado el pelo, te habías decorado los ojos con sombras y rayas, te
habías subido los pómulos con un brochazo encarnado, habías dibujado tus labios
en un beso de carmín. Lo habías hecho todo por él, porque lo amas. Por eso
buscaste la ropa interior que te hace sentir más bella, aunque no es la más
cómoda y te metiste en un vestido ajustado que señala tus curvas para que él te
mire y se sienta orgulloso de tenerte. Seguirás sabiendo que los insultos suenan
en la casa de al lado. Y te subirás a esos tacones odiosos y esperarás a que él
venga a buscarte para salir al mundo.
Nada de todo esto tiene que ver con la fecha que se
conmemora mañana, porque todo eso lo haces desde tu libertad. Lo haces porque
quieres, porque te gusta verte guapa. Igual que hacen ellos para sentirse
hermosos y deseados. Nadie te obliga a nada. Porque no te dejas llevar por el
fantasma de la violencia, ese que ha colocado a las niñas en la parte rosa del
universo y a los niños en el azul del ordeno y mando.
¡Qué difícil es ver el momento en el que traspasas
el amor y dejas de querer para tener! ¡Qué fácil es ser dueños el uno del otro,
unos más dueños que otros, unos más vulnerables que otros! Me dirás que estoy
exagerando. Está bien. Vayamos a una mercería aprovechando que es el Black
Friday y busquemos entre los saldos una nueva bata de guata, una que no tenga
dobles costuras ni extrañas vueltas, una que sea sencilla y ligera, pero
calentita, para que tu libertad pueda ser verdadera. ¡Y regalemos otra a tu
vecino para que se dé cuenta de lo amorosa que puede ser una bata adecuada!
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