A veces la única forma de conservarse es hundirse en
lo inerte. Uno tiene la idea de que se mantiene a flote porque trabaja y está
activo, porque va y viene y produce y hace una, dos, tres, mil cosas. Esa vaga
idea de que hacer mucho nos mantiene tensos y nos regala vida no es del todo
correcta. Lo estás viendo. Ahora se comprende mejor por qué digo a veces que la
mejor forma de construir es no hacer nada, el mejor quehacer es la quietud.
Hay un principio del Tao que dice: “nada hago y nada
queda por hacer”. Es cierto que ese “nada hago” no es literal, sino una
metáfora de la serenidad y la calma. Hay dos formas de acción: una en la que la
acción es un medio para un fin y otra en la que esa idea instrumental
desaparece porque no hay finalidad alguna que se deba perseguir. Así resulta
que no hacer y hacer, por ejemplo este artículo, no es importante para algo que
no sea este momento en el que tú y yo hablamos. No persigo nada con ello, salvo
el hecho mismo de estar hablándote. Así es como yo entiendo el “no hacer” y eso
me conduce a la tranquilidad de que las cosas están donde deben, porque siempre
es así, porque no puede ser de otra manera, porque lo que ocurre es lo único
real. Me pregunto si será de esto de lo que hablan todos esos comentaristas del
tema catalán cuando aluden al Principio de Realidad o si se estarán refiriendo
a la idea freudiana pura y dura. No lo sé y poco importa. Me consuelo pensando
que este pequeño no hacer que es contarte estas cosas, modifica en algo tu
desasosiego y te conduce al bienestar, aunque solo sea este ratito en el que me
escuchas sin prestar demasiada atención a mis palabras, oyendo la música de lo
que digo en el fondo lejano del ruido del día.
Y el ruido del día trae, entre tantas cosas, la
mortaja de la salud pública, la apuesta por aligerar las listas de espera
derivando enfermos a hospitales privados que, no lo olvidemos, se plantean como
negocios y no como servicios. Dice la noticia que la Junta pagará ochocientos cincuenta
y seis mil euros a hospitales privados leoneses para que realicen ochocientas
setenta operaciones quirúrgicas de cirugía general, aparato digestivo y
traumatología. Soy muy malo con los números, pero me parecen muy baratas esas
operaciones y eso me hace pensar en el principio: a ver si va a resultar que la
mejor manera de tener salud pública es no tenerla. Ya sabes aquello de “para
poca salud, ninguna”. Un amigo mío, que ha tenido a su madre sufriendo una de
estas derivaciones durante un mes, ha terminado con el cartel de “familiar
agresivo”, porque estaba cansado del ir y venir de pruebas, radiografías y
cambios de medicación. Al final su madre está en casa más o menos como estaba
antes de empezar con la odisea. Ya sé que esto es un hecho puntual y lo normal
es que la sanidad funcione de maravilla, por eso acudimos siempre a ella.
La alternativa es esconderse en uno mismo, permanecer
hundido en la carcoma muerta, porque es más antigua que tú y no te incordia. Hay
quien dice que la controla con un plástico porque la carcoma nace donde muere.
No se pasa de un mueble a otro y así, encerrada en ese plástico oscuro que la
cubre, mantiene su ciclo de vida y muerte sin hospitales públicos ni privados.
Un bicho que no hace nada y nada deja sin hacer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario