A dos días del final del año tiene uno la tentación
de hacer recuento de los días que han pasado. Parece que esas fechas que se
dibujan como metas en el calendario, el treinta y uno de diciembre, el día del
cumpleaños, el día de cierto aniversario, son momentos oportunos para la
recapitulación, para eso que en el catecismo que nos aprendíamos de niños se
llamaba –y se sigue llamando, claro- “examen de conciencia”. Tendemos a la
exageración en todo. Ya lo ves en los resúmenes de noticias que nos llegan por
todas partes, incluso en ese que te brinda FaceBook en el que el protagonista
eres tú. Siento que esa exageración de la que hablo acaba siendo una agresión
sensiblera que se reproduce en cada recapitulación. Quizá es que tengo el
corazón en piedra y no me siento con capacidad para estas lágrimas de fin de
año. Creo que en ese examen continuo de conciencia estamos completamente
perdidos y es mejor mantenerse en la idea mágica de que las cosas que van
pasando son fruto de nuestro quehacer y, por tanto, son nuestra responsabilidad
y no resultado de un azar misterioso que coloca los acontecimientos uno tras
otro en un carrusel emotivo de momentos brillantes para recordar.
Pero, en la magia, la clave
está en que lo que es no parece lo que es, o dicho más a lo clásico: “Nada por
aquí, nada por allá, mais voila”. Donde parece que no hay nada aparece algo,
donde parece que hay algo, resulta que no hay nada. Esa magia en la conciencia
de los días es quizá la salvación, la forma de esquivar la condena moral de tus
quehaceres. Nada por aquí, nada por allá, lo que pasó, pasó y no hay nada que
lo pueda remediar. Y un ramo de flores o un conejo surgen de la chistera para
dejarte boquiabierto y no pensar más.
Ya sabes que en estos días de Navidad uno de los
trucos de magia preferidos de la vida es hacer que se te aparezcan personas que
hace mucho tiempo que no ves. A mí se me apareció una de esas personas que
tienes en altares antiguos y que ya piensas que nunca más volverás a encontrar.
Solo pude hablar con ella diez minutos. Las personas como ella tienen el tiempo
justo para casi todo, porque se deben a muchos. Pero en esos diez minutos
aprovechó para decirme que, a pesar de su brillante carrera en el Derecho, ha
estudiado filosofía y está enganchada a lecturas de ética. ¿Qué mayor magia que
la de la moral?
Por eso hoy te traigo y te llevo por el tema del
recuento. Por eso me apetece hacerte frenar un poco en la inercia de estos días
y serenarte para que pienses en la importancia de cada acto. No porque después
te tengas que examinar. No porque luego vayas a sentir la punzada de la culpa.
No porque dependa de esa acción tu felicidad o la de los otros. Solo porque ser
consciente de que cada acto es importante es lo que hace de tu vida algo
verdaderamente mágico, algo especial. Si no importa lo que hacemos, ¿qué
importa?
Me pregunto si será por eso que el festival de magia
se llama Festival Internacional León Vive
la Magia, incluyendo las palabras “magia” y “vive” de forma tan cercana. Me
gusta más hablar de magia que de ilusionismo, porque es verdad que los trucos
de magia que nos muestran los magos en los escenarios son meras ilusiones, pero
esa ilusión es tan real y poderosa como lo es cada acto de nuestra vida. No
pierdas la ilusión de la magia, no confundas una ilusión con otra. Vive la
magia. La magia de cada instante es lo mejor que tenemos.
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