El mejor hombre del mundo tenía en el ojo izquierdo
una lágrima. A veces ocurre que una lágrima se queda sin derramar, agarrada a
las pestañas del párpado o simplemente navegando por la esclerótica del ojo sin
terminar de saltar al vacío. Creo que sabes de lo que te hablo, aunque no estoy
seguro de que todo el mundo haya experimentado esa sensación.
Al mejor hombre del mundo no le queda bien llorar, y
eso que sabe hacerlo y lo ha demostrado en muchas ocasiones; pero no te
confundas: no le queda bien llorar no porque sea un hombre, sino porque su
mirada está hecha para la risa. El mejor hombre del mundo, sin ser un hombre
superior, ha aprendido a reír obedeciendo ciegamente el mandato de un loco
alemán y sabe que el mundo es mejor desde que la risa espanta el miedo, la
culpa, el dolor y toda esa mochila de pesadas piedras que arrastran quienes
todavía no han aprendido a santificar el valor de la alegría. No obstante, ese
día, tenía una lágrima asomada al ojo izquierdo, una lágrima brillante y firme,
perfecta en su definición, dispuesta a rodar por la mejilla en cualquier
momento en el instante mismo en el que fuera preciso.
Entiendo que esa lágrima tan bien dispuesta en su
desborde, podría ser equivalente a la que se llorara por la muerte del Gran
Sidoro el de Casa Isidoro, el que tantas ideas de mágico realismo montañés ha
derramado en los artículos de Fulgencio Fernández, si es que se permiten las
lágrimas en el grupo de filósofos de lo rural sin obra publicada, que espero
que sí. Una lágrima parmenídea en su perfección como si se llorase a la vez de
pena, de alegría, de rabia, de pura risa, porque todas las emociones se resumen
en una sola que es la belleza.
Ocurre que la noticia más impactante de la semana
puede no ser de titular a cinco columnas, como es el caso. Fíjate que ese mismo
día que se supo lo del premio a Fulgencio por su libro Leonesas y pioneras, se supieron otras cosas que nos pusieron en
vilo, otras historias que nublaron en los titulares de las noticias de cada uno
lo sabido por todos. A toda página viene escrito lo que de verdad importa, más
allá de lo que a nosotros nos pasa. Es como que esa lágrima en el borde del
párpado del mejor hombre del mundo no es noticia sino para él, como la muerte
de Sidoro lo es para unos pocos, como el premio a los mejores libros leoneses
del año se queda donde se queda. Para otros solo cuenta el partido del ADEMAR
contra el Valladolid con esa victoria escasa tras una primera parte de vértigo
que prometía una paliza o para otros el llenazo del Salón de Actos del
Ayuntamiento en el asunto del “León, Manjar de Reyes”,
que se entiende que atraerá tanto a tantos.
Me paro a
pensar en esa inmensa fractura entre el titular del día y la lágrima contenida
del mejor hombre del mundo. ¿Por qué llora? ¿Qué acontecimiento terrible
provocará en él semejante escalofrío? ¿A qué reporteros podremos preguntar por
su tristeza? ¿A quién importará lo que suceda en un solo corazón por mucho que
sea el corazón que late en el pecho del mejor hombre del mundo? Algún día
terminará esa lacra y ningún hombre se creerá en el derecho de obligar a una
mujer por encima de un “no”, algún día el mejor hombre del mundo dejará que
desaparezca esa lágrima eternamente lista para ser llorada.
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