Es normal, o al menos a mí me lo parece, que en el
festín del “León, manjar de Reyes” haya platos que están siendo devorados por
la improvisada sucesión de los días. Si se tratase de otra cosa, una cosa que
no fuera comer, pongamos por ejemplo dormir o hacer deporte o pasear o ver
museos, sería más difícil, pero, tratándose de comer, es normal que la propia
organización se coma algunas cosas. No sé qué pensarán en Cuenca de eso, porque,
si no estamos haciendo lo que dijimos que íbamos a hacer, se puede pensar que
hay un cierto engaño. Pero todos sabemos que no es así. Sabemos que lo que pasa
es que se echa el tiempo encima y ya estamos en mayo sin darnos cuenta y no ha
sido posible hacer todo lo que se quería hacer, aunque se hará, según dice el
Concejal. Se hará, aunque habrá cosas que no se podrán hacer, o algo así. Lo
que importa es el legado. Eso es lo que parece importante en palabras de
Llamas.
Son dos conceptos para dejar volar las ideas: el
legado y lo importante. Sobre lo importante te diría que es una mentira, que
cada vez que alguien empieza una frase diciendo “lo importante es” va a
terminar segando parte de la vida: todo eso que no cabe detrás de la palabra
“es”. Uno aprende a convivir con todo, a sobrellevar la jerarquía en el valor
de las cosas con modestia. Uno aprende a fijar sus “quiero”, a someter sus
“debo”, a superar sus “me importa”. Es bueno masticar los grumos del Cola Cao,
porque puedes calentar un poco de leche para deshacerlos, pero es mejor
disolverlos en la boca, explotarlos, saborearlos, extenderlos en el paladar. Lo
importante es que la leche esté bien fría. Lo importante es que haya grumos.
¿Ves qué poco importante es lo importante? Y conoces a cientos de personas que
no pueden soportar un cacao que no sea Nestquik, que no pueden ni tragar la
leche o que no masticarían en su vida un grumo de Cola Cao. De hecho ahora
estás pensando que esta tontería mía de los grumos es muy poco importante y
puede que tengas toda la razón.
Lo que me sucede es que no sé qué clase de
pretenciosa seguridad nos impulsa a intentar dejar ningún legado. La vida te da
la vuelta en un segundo, ya lo sabes. En un segundo, ese legado tan preciado es
grumo de cacao sin deshacer en la leche más fría. En un segundo nada de todo lo
sólido está y la leche se tiñe disolviendo la uniformidad del cacao
instantáneo. ¿Y qué te queda del legado? Hay un mundo duro contra el que nos
chocamos una y otra vez cada mañana, un mundo impenetrable y sólido y otro
fluido y blando que nos acoge y nos acuna, que se acomoda a nuestro peso y
nuestra estampa. No hay espacio para legados. Lo único que tenemos es la
posibilidad de vivir una vida dura y firme o escoger una incierta realidad
lechosa en la que nada es seguro. Habrá mezclas, es muy posible, pero serán también
pequeñas mentiras. Por eso, cuando le pregunto cómo está a una amiga muy
querida, me gusta que me conteste: “Bien, estoy bien, pero sin entrar en mucho
detalle”.
Por
cierto, que hay un mundo a tu medida que se abre esta tarde con la voz de Alba
Flores. No, no es la nieta del “Pescailla”. Es la leonesa que ganó el Adonais
el año pasado y que inaugura, en compañía de Aparicio, la Feria del Libro de
este año. Delicioso grumo de cacao. Disuélvelo, mastícalo, apártalo en el
plato, pero disfrútalo.
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