Ayer, en un bar de
Astorga, el sonido de las fichas de dominó desgastando el mármol de
la mesa o dejándose el esmalte en el reparto me decía que los
detalles revelan el orden de las cosas, que el principio de causa y
efecto, la conexión entre lo que pasa y lo que hace que eso pase, es
solo una cuestión de orden, de prioridad en el espacio y en el
tiempo. Veía el anuncio de café orgánico encima de la cafetera y,
mientras esperaba el olor de los merles atrapado en un abrigo
rojo que cruzaría la calle, escuchaba la discusión de los jugadores
después de la partida mientras sonaba el reparto de la siguiente.
Recordé que el dominó no es un juego de azar puro, sino que
intervienen la lógica y la memoria y, quizá también, la intuición.
Si hubieras puesto el seis cuando le mataste el cuatro, me habrías
dado el juego. El compañero debería haber sabido que el que se
quejaba dominaba, pero no lo supo ver y colocó otra ficha y la
partida se fue a manos contrarias. No había recriminación. Era solo
un comentario, quizá una manera de mejorar, de dejar claro cómo
debería ser la siguiente partida. Y una vez que la primera ficha
chocó de espaldas contra el mármol, la partida arrancó con el
silencio total de los jugadores. La atención cegada en el orden de
las cosas. La salida del contrario matarás, tengas o no tengas más,
pensé.
En el orden de las
cosas la partida sucedía en silencio, bajo la admiración de seis
espectadores que observaban la estricta sucesión de números según
la cual iban cayendo las fichas sobre el mármol desde seis puntos de
vista diferentes, como esas cámaras que colocan los de la tele para
retransmitir los partidos de fútbol. Seis puntos de vista, seis
modos de comprender el juego de forma privilegiada, observando las
fichas de uno o incluso de dos de los jugadores. Quizá con la
información suficiente para ver que el orden no estaba siendo el
correcto y que ellos hubieran jugado seguramente otras fichas, pero
no hacían ningún gesto delator. Ni una sonrisa. Todos los
comentarios esperarían al final de la partida y de nuevo al sonido
de las fichas boca abajo desorganizando el orden, generando el caos
necesario para poder volver a jugar de nuevo. Y sobre sus cabezas,
con todo lujo de cámaras y detalles, un partido de tenis femenino en
una pantalla al que nadie prestaba la menor atención. Serena
Willians sacaba en el partido de exhibición que jugaba en Abu Dabi
contra su hermana Venus. Un mundo completo de hombres ociosos en la
tarde de diciembre ordenando los puntos bajo la presencia de dos
símbolos femeninos. Me dije que hay un orden en algunas cosas, que
hay un antes y un después y que ese orden obliga a mirar a lo alto y
comprender que, si todavía no han cambiado, las cosas tienen que
cambiar.
En el orden de las
cosas figura el transcurrir de los días. Se termina el dieciocho y
viene detrás el diecinueve. Tengo la tentación de pensar en este
rato contigo como algo especial por ser el último del año, pero no
lo haré y miraré a lo alto, pensaré en el día que es hoy y
recordaré momentos de otras vidas, vidas inocentes en las que las
zapatillas caían desde lo alto de las puertas y nos reíamos todos
porque se subvertía el orden de las cosas y era un momento bueno
para pensar que no todo son lentejas, que no hay que tragarse las
cosas porque sí y que puede que el juego se ordene de otro modo y
eso sirva para la felicidad.
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