Ayer no era un buen
día para amontonar las hojas secas. Ya en condiciones favorables es
un trabajo pesado. Ayer el viento convertía en proeza la tarea y no
obstante ellas empujaban las hojas hacia los montones que se
esparcían sin remedio. En la Glorieta del León, hojas venidas del
otro lado de la calzada, hojas escapadas del parque, corrían como
lluvia hacia las nubes y después se desplomaban en remolino sobre el
césped. Tolvaneras espesas de hojas revoltosas despistaban la mirada
de los conductores. Hojas como lluvia, pensé. Del suelo al cielo,
lluvia inversa.
En el jardín, las
mujeres que limpiaban habían abandonado toda esperanza. La recogida
de la hoja tendría que quedar para otro jueves en una metáfora
impropia del abandono por fuerza mayor, la impotencia por inclemencia
climática, la fuerza de las cosas, eso de lo que tanto hablamos. Y
será que ha sido la fuerza de las cosas o la fuerza del sino o Don
Álvaro o lo que sea, pero lo mismo que al amontonar las hojas en
los días de viento vuelven a volar y a dispersarse, hemos sabido
días atrás que el Teatro Emperador, que voló de la mano de aquel
ambicioso proyecto de instalar allí el Centro Nacional de Músicas
Históricas, volverá en remolinos, como esa lluvia de hojas de la
Glorieta del León, a caer en la palma de la mano del Ayuntamiento,
que no tendrá otro remedio que abrazar la fuerza del destino. El
teatro, como está permanentemente en crisis, se ha empeñado en no
morir. Se le auguró el desastre con el cine, con la televisión,
ahora con el consumo de audiovisuales de todo tipo a todo trapo, pero
sigue vivo, porque es vida. Nos gusta el teatro. Nos entendemos en el
teatro, nos encendemos con él, aplaudimos el espejo que nos retrata.
Para mí es una
noticia sin interés que vaya, vuele o vuelva. Lo que quiero oír es
que se reabre, que en el Emperador vuelve a vivir la vida, a brillar
el foco, a sonar el aplauso o el runrún insatisfecho. Me gustaría
pensar que no es mover las hojas secas de un sitio para otro y que se
recuperará para la ciudad ese espacio. Entre tanto, permanece
quieto. Está agazapado y a la espera, como un guerrero al acecho.
¿En qué se ocupa el guerrero mientras no batalla? ¿Sigue siendo
guerrero cuando no guerrea? ¿Es un teatro uno en el que no hay
teatro? ¿No te pasa que solo te reconoces en la acción? Sabes que
te desapareces cuando paras, como esas hojas que se pegan al suelo y
se deshacen porque no son capaces de lloverse de nuevo al cielo. Eres
el guerrero inquieto que no tiene en la mano la espada. Don Álvaro y
el Marqués de Calatrava en el destino de la bala que se escapa. La
desgracia. La idea del sino. Si hubiera que proponer una obra para el
estreno del nuevo Emperador, quizá esta pieza del Duque de Rivas
fuera la indicada, por la persistencia ahogada de la desgracia.
Es también la
fuerza del sino, pero de otro signo, con otra esperanza, la noticia
de que a Jesús Vidal lo han puesto en la carrera por el Goya. Me
dice quien lo conoce de sus tiempos en la Facultad de Filología que
leía poemas cuchillo en mano, que se armó de sí mismo para
perseguir su idea de ser actor y que se fue mundo adelante para
serlo. Tiene en su blog una galería de teatros de España. El
primero, ya lo sabes, uno que es hoja seca, uno que va y viene, uno
que quiero creer que nos espera.
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