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domingo, 28 de junio de 2020

Un San Juan sin fuego. (Audio)

Un San Juan sin fuego. (En Hoy por Hoy León, 26 de junio de 2020)

    Escribo el día de San Juan, al caer la tarde, con el olor a tierra mojada de este amago de tormenta y la sensación de que las cuatro gotas que han caído no han servido para apagar el calor de estos días primeros de verano. Se mueve el viento más allá de las ventanas y anuncia una esperanza de tormenta mayor, una esperanza que me parece vana. Me gusta ese adjetivo, porque siempre pensamos en el fruto de los procesos y creemos que los cultivos tienen que fructificar, que nuestras conductas se tienen que recompensar, que nuestros afectos tienen que alcanzar la piel de los que amamos. Pero no siempre se afectan, ni nos recompensan, ni los procesos dan frutos. Hay mucho esfuerzo que es en vano, que no genera vanidad, que se pierde en la puerta enladrillada de la ignorancia.

    Escribo el día de San Juan después de una noche sin fuego. Después de un día sin fiesta. Después de un santo sin cuelga. No llega por la vereda de la semana grande el giro de las tazas locas, las sirenas de los cochecitos de choque, la espuma de azúcar, los saltos del Hípico, los gigantes y cabezudos. No sigo, que te veo la tristeza detrás de la mascarilla y eso que quizá ni tan siquiera te gusta mucho la fiesta. Te veo la pesadez de todo este tiempo de confín en las arrugas de los ojos, que se te han remarcado con los días sin gente, los días de pantalla, de gente en la pantalla. Días de un futuro que nunca habíamos pensado que podríamos tener que vivir.

    Escribo el día de San Juan. El primer San Juan de la “ene ene”, que dijimos. El primer San Juan sin fuego que yo recuerdo. Sin fuego. Escribo con frases cortas para mencionar la ausencia. Sabes que siento esa ausencia de fruto en la vaina, la constatación de la fruta vana, el vacío de tanto trabajo para no poder saber si lo que pasa es eso que tendría que estar pasando. Recoger frutos es quizá un modo de contagiarse. Lo digo por lo de Huesca, también por lo de Marruecos, pero lo digo como metáfora de lo posible. Lo vano se desvanece y decae. Lo que da fruto permanece y contagia.

   Escribo el día de San Juan. Siempre he pensado que se debe vivir en una ciudad que celebre un día como este. Adoro celebrar una noche que es una mentira en sí misma, porque no es la más corta del año, porque no es la del solsticio, porque no es la de la magia. Juana de Arco es fuego y Juan el Bautista es agua. Juan y Juana en el fuego y en el agua, perdiendo la cabeza. Derramando corazón sin saber si es fruta vana, sin darle al hecho de morir la más mínima importancia. Agua y fuego. Cabeza y corazón. Guerra y deseo. Ya sabes, Salomé: ¡quiero la cabeza de Juan! Me hubiera gustado tal vez llamarme Juan, ser poderoso como ellos, pero me ha tocado esta vara de sanar, esta oscura tragedia de limpiar el espíritu sin ver nunca los frutos. Una guerra de arma impropia, un San Juan sin fuego.

viernes, 19 de junio de 2020

Encuentros en la fase tres II. (Audio)

Encuentros en la fase tres II. (En Hoy por Hoy León, 19 de junio de 2020)

    El sábado, celebrando San Antonio en un restaurante del Húmedo, guardábamos bien a gusto la distancia de seguridad. No había nadie en el comedor que nos lo impidiera. Solo estábamos mi amigo y yo. Nos escondimos en un rincón de la sala dando la cara a todo ese vacío de manteles y servicios sin servicio. Y esa noche encontré otra confirmación de uno de los efectos del confinamiento: la escasez de tinte. Se veía que el dueño del restaurante, que era quien nos atendía, había tenido que echar mano de un tinte que no era el suyo y lucía reflejos dorados para tapar las canas. Me gusta esa brecha que se rompe y la unidad del tinte familiar me parece una conquista. Lo he visto en más hombres estos días, que han decidido ocultar las canas con colores más rubios y la verdad es que queda mejor que ese morenazo que contrasta tanto con los cuatro pelos blancos de las patillas o las canas desvergonzadas de las barbas.

    Los hombres, por fin, a partir de una edad, o todos calvos o todos rubios. Una conquista de la igualdad. Pero no te estoy contando lo interesante, que no es esta anécdota del tinte, sino la historia que nos contó el dueño del bar en ese desierto comedor, hablando de Carpo, el de Tolibia, no dijo si de Abajo o de Arriba, que segaba con la guadaña clavando su pata de palo en la tierra mientras hacia un giro calculado para no caerse contra el suelo. Me llevará más tiempo, parece ser que dijo, pero yo esto lo siego. ¿Ves esa determinación? Eso es lo que ya no sé si es valor o desvarío. Aquel día el camarero le cogió la guadaña y le segó el prado y dice que, como el tal Carpo era zapatero, ya nunca le faltaron medias suelas ni agujeros en el cinto, es un decir. La determinación con que segaba es la paciencia remendona de la lezna. Un mundo que se desmorona. Deleznable me parece el desprecio antropológico con el que miramos los oficios artesanos que se pierden: fragua, ebanistería, guarnicionería. Retratista.

    Seguro que subiste con tu camisa blanca por la escalera de aquella casa de la Avenida de Roma que llevaba hasta el antiguo estudio de Carlos, el fotógrafo. Tenías el impulso del que termina consiguiendo una meta, otra determinación. Eras el fruto del esfuerzo y subías los peldaños para encontrarte con tu estampa, tu bendita estampa, podría decirse. Generaciones de universitarios, bachilleres y técnicos han pasado por sus ojos para acabar mirando desde la pared bajo una toga y un birrete en el cuadro enmarcado en el despacho o en la sala de espera. ¡Miles de orlas ha fotografiado Carlos! Miles y miles de miradas atrapadas en su objetivo con la determinación del zapatero. Remiendos en la vida de la gente, un parche de satisfacción. El fotógrafo de las orlas se jubila y cierra, pero no traspasa. Otros vendrán, cierto, pero serán ya siervos de la impresión digital, a kilómetros de la química del cuarto oscuro, gentes que nunca habrán segado los prados de Tolibia. Un mundo con otro tinte, que se esconde en la esquina del desierto.

viernes, 12 de junio de 2020

Encuentros en la fase tres I (Audio)

En este enlace tienes acceso al audio del artículo.

Encuentros en la fase tres I (En Hoy por Hoy León, 12 de junio de 2020)

Hay personas que piensan que todo gira a su alrededor. A mí me han dicho muchas veces que me pasa eso, que me creo el ombligo del mundo, que soy una persona con un ego insoportable y que pienso que todo lo que no sea yo y mis intereses no existe. Me resulta duro reconocerme en ese espejo, pero, a medida que me voy viendo viendo las arrugas, comprendo que algo de eso siempre ha habido, si no mucho.

El caso es que me voy dando cuenta de ese defecto de mi personalidad y cada vez procuro más hacerme a un lado y dejar espacio para las demás personas y lo que ocurre cuando hago eso es que se me reprocha falta de compromiso o interés, desapego, displicencia. Y me da la sensación de que no encuentro el sitio ajustado entre la fría distancia y el afán de protagonismo, con lo que entiendo cada vez mejor la postura de adorables cascarrabias como la genial Rosa María Sardá o el también genial Fernando Fernán Gómez. La cosa está en defender tu posición aún a riesgo de parecer antipático o directamente serlo. La bonhomía está muy sobrevalorada.

Hay personas que necesitan sentir que son buenas personas. La duda es si lo podemos ser, si realmente esa bondad existe. Era mil novecientos ochenta y seis. En aquella época yo todavía no sabía bien dónde estaba el centro del mundo, si en mí o en los otros o si el mundo está totalmente descentrado. Me importaba poco, porque eran los años de la estética y el bon vivant era preferible al santo y estábamos en los debates de la entrada o no al mundo civilizado por las fuerzas del orden y la paz y cruzábamos de las “tiendas chic” de Almirante a los tugurios de Malasaña. Aquí en León eran otros nombres que yo todavía no me sé, pero que vosotros recordáis sin duda, quizá La Mandrágora o el Toison. Momentos Cardíacos o de Flechazos. Es igual, te lo traigo a la memoria porque en aquellos días del ochenta y seis, no sé decirte si antes o después del referéndum, una noche pálida del María Guerrero sonó un tambor con la muerte de una de las hijas de Anna Fierling. Un tambor que terminó en un estruendoso silencio. Y allí estaba la Sardá, interpretando una Madre Coraje que siempre me viene una y otra vez al recuerdo. Allí estaba la mirada de la Sardá. Sus movimientos tirando del carro en un escenario que giraba como las ideas en la cabeza de Lluis Pasqual. Un mundo sin centro para nadie, solo para el dolor.

Pienso mucho en mi propia madre como una madre coraje, una madre coraje que también, como la Fierling, pierde hijos y no teme a la guerra. Una madre que tira y tira y tira del carro que da vueltas. Y también he oído que le dicen que es culpable de ser el centro de todas las cosas. Pero ¿qué le va a hacer, si lo es? No hay que avergonzarse de llevar una pena en el corazón si se hace sitio para otras cosas.

viernes, 5 de junio de 2020

Muchas amapolas. (Audio)

Muchas amapolas. (En Hoy por Hoy León, 5 de junio de 2020)

Este año lo que hay son muchas amapolas. Incluso donde no se esperaba que las hubiera han aparecido, porque ha habido más de setenta días en los que no había nadie para cortarlas y ahora se han hecho dueñas de espacios que reconquistan. Ellas estuvieron antes que el cemento. “Antes que el cemento” podría haber sido un título mejor para hoy, porque creo que es de eso de lo que tenemos que hablar estos días, de cómo eran las cosas antes del cemento y de si queremos repensar la vuelta al progreso. No puedo respirar, es el grito.

Me llegó una foto de Venecia en la que se veía un canal invadido de cisnes, cisnes de color rosado, que yo no sabía ni que existían. Parece ser que, por muy bella que sea la imagen, los cisnes no han ido de turismo y, por lo que sé, se trata de una obra de Kristina Makeeva, una artista rusa que, con esta provocación, nos muestra lo que ocurre cuando la gente se queda en casa: que la ciudad se llena con otros habitantes. La artista ha hecho esto mismo en otras ciudades y con otros paisajes, convirtiendo lo ordinario en arte mágico, transformando lo que es en lo que podría ser. En el arte siempre tiene que estar esa búsqueda de lo que podría ser en el sentido de lo que debe ser. La belleza no nos llena si no hay en ella una intención transformadora, si no hay desequilibrio, desajuste, posibilidad. La belleza es conmoción o diletancia.

A veces pienso que este comentario mío es un ejercicio diletante, que se queda en el aire, puesto que en el aire vive. Cuando hablaba de esto de las amapolas, alguien me dijo que más que amapolas lo que ha brotado es mucho tonto. Creo que no lo decía por mí, aunque podría. Quizá sea verdad que la tontería ha brotado como las amapolas, que igual que los cisnes rosados, los tontos hemos aparecido los primeros en el hueco vacío de la pandemia, mientras los dueños de la vida de antes del cemento empiezan a retirarse de esa libertad que nuestro confinamiento les ha dado: hace cuatro días saltaba un corzo a dos pasos de mí a la orilla del Bernesga, casi a la altura de la glorieta que lleva a Villabalter en la carretera de Caboalles, casi al borde de las casas. Tomando posiciones, como el oso que se baña en el río en Robles de Laciana, claro que, como allí ya están en fase dos se ve que puede uno bañarse. Impactantes las imágenes del vídeo que circula por las redes de ese oso descarado que todavía no sabe que el cemento está de vuelta.

Por las mañanas, antes de que el cemento se ponga en marcha, el mundo es como debe y uno se da cuenta mirando las flores de los rosales silvestres, aunque sea escuchando por un oído el jolgorio mañanero de cucos y demás pájaros y por el otro las bravuconadas del presidente de EE UU. Amapolas, corzos, osos, rosales silvestres. 

Hay días que uno sabe que poder respirar es un privilegio.