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domingo, 28 de junio de 2020
Un San Juan sin fuego. (En Hoy por Hoy León, 26 de junio de 2020)
Escribo el día de San Juan. Siempre he pensado que se debe vivir en una ciudad que celebre un día como este. Adoro celebrar una noche que es una mentira en sí misma, porque no es la más corta del año, porque no es la del solsticio, porque no es la de la magia. Juana de Arco es fuego y Juan el Bautista es agua. Juan y Juana en el fuego y en el agua, perdiendo la cabeza. Derramando corazón sin saber si es fruta vana, sin darle al hecho de morir la más mínima importancia. Agua y fuego. Cabeza y corazón. Guerra y deseo. Ya sabes, Salomé: ¡quiero la cabeza de Juan! Me hubiera gustado tal vez llamarme Juan, ser poderoso como ellos, pero me ha tocado esta vara de sanar, esta oscura tragedia de limpiar el espíritu sin ver nunca los frutos. Una guerra de arma impropia, un San Juan sin fuego.
viernes, 19 de junio de 2020
Encuentros en la fase tres II. (En Hoy por Hoy León, 19 de junio de 2020)
El
sábado, celebrando San Antonio en un restaurante del Húmedo, guardábamos bien a
gusto la distancia de seguridad. No había nadie en el comedor que nos lo
impidiera. Solo estábamos mi amigo y yo. Nos escondimos en un rincón de la sala
dando la cara a todo ese vacío de manteles y servicios sin servicio. Y esa
noche encontré otra confirmación de uno de los efectos del confinamiento: la
escasez de tinte. Se veía que el dueño del restaurante, que era quien nos atendía,
había tenido que echar mano de un tinte que no era el suyo y lucía reflejos
dorados para tapar las canas. Me gusta esa brecha que se rompe y la unidad del
tinte familiar me parece una conquista. Lo he visto en más hombres estos días,
que han decidido ocultar las canas con colores más rubios y la verdad es que queda
mejor que ese morenazo que contrasta tanto con los cuatro pelos blancos de las
patillas o las canas desvergonzadas de las barbas.
Los hombres, por fin, a partir de una edad, o todos calvos o todos rubios. Una conquista de la igualdad. Pero no te estoy contando lo interesante, que no es esta anécdota del tinte, sino la historia que nos contó el dueño del bar en ese desierto comedor, hablando de Carpo, el de Tolibia, no dijo si de Abajo o de Arriba, que segaba con la guadaña clavando su pata de palo en la tierra mientras hacia un giro calculado para no caerse contra el suelo. Me llevará más tiempo, parece ser que dijo, pero yo esto lo siego. ¿Ves esa determinación? Eso es lo que ya no sé si es valor o desvarío. Aquel día el camarero le cogió la guadaña y le segó el prado y dice que, como el tal Carpo era zapatero, ya nunca le faltaron medias suelas ni agujeros en el cinto, es un decir. La determinación con que segaba es la paciencia remendona de la lezna. Un mundo que se desmorona. Deleznable me parece el desprecio antropológico con el que miramos los oficios artesanos que se pierden: fragua, ebanistería, guarnicionería. Retratista.
Seguro que subiste con tu camisa blanca por la escalera de aquella casa de la Avenida de Roma que llevaba hasta el antiguo estudio de Carlos, el fotógrafo. Tenías el impulso del que termina consiguiendo una meta, otra determinación. Eras el fruto del esfuerzo y subías los peldaños para encontrarte con tu estampa, tu bendita estampa, podría decirse. Generaciones de universitarios, bachilleres y técnicos han pasado por sus ojos para acabar mirando desde la pared bajo una toga y un birrete en el cuadro enmarcado en el despacho o en la sala de espera. ¡Miles de orlas ha fotografiado Carlos! Miles y miles de miradas atrapadas en su objetivo con la determinación del zapatero. Remiendos en la vida de la gente, un parche de satisfacción. El fotógrafo de las orlas se jubila y cierra, pero no traspasa. Otros vendrán, cierto, pero serán ya siervos de la impresión digital, a kilómetros de la química del cuarto oscuro, gentes que nunca habrán segado los prados de Tolibia. Un mundo con otro tinte, que se esconde en la esquina del desierto.
viernes, 12 de junio de 2020
Encuentros en la fase tres I (En Hoy por Hoy León, 12 de junio de 2020)
Hay
personas que piensan que todo gira a su alrededor. A mí me han dicho muchas
veces que me pasa eso, que me creo el ombligo del mundo, que soy una persona
con un ego insoportable y que pienso que todo lo que no sea yo y mis intereses
no existe. Me resulta duro reconocerme en ese espejo, pero, a medida que me voy
viendo viendo las arrugas, comprendo que algo de eso siempre ha habido, si no
mucho.
El
caso es que me voy dando cuenta de ese defecto de mi personalidad y cada vez
procuro más hacerme a un lado y dejar espacio para las demás personas y lo que
ocurre cuando hago eso es que se me reprocha falta de compromiso o interés,
desapego, displicencia. Y me da la sensación de que no encuentro el sitio
ajustado entre la fría distancia y el afán de protagonismo, con lo que entiendo
cada vez mejor la postura de adorables cascarrabias como la genial Rosa María Sardá
o el también genial Fernando Fernán Gómez. La cosa está en defender tu posición
aún a riesgo de parecer antipático o directamente serlo. La bonhomía está muy
sobrevalorada.
Hay
personas que necesitan sentir que son buenas personas. La duda es si lo podemos
ser, si realmente esa bondad existe. Era mil novecientos ochenta y seis. En
aquella época yo todavía no sabía bien dónde estaba el centro del mundo, si en
mí o en los otros o si el mundo está totalmente descentrado. Me importaba poco,
porque eran los años de la estética y el bon vivant era preferible al santo y estábamos
en los debates de la entrada o no al mundo civilizado por las fuerzas del orden
y la paz y cruzábamos de las “tiendas chic” de Almirante a los tugurios de
Malasaña. Aquí en León eran otros nombres que yo todavía no me sé, pero que
vosotros recordáis sin duda, quizá La Mandrágora o el Toison. Momentos
Cardíacos o de Flechazos. Es igual, te lo traigo a la memoria porque en
aquellos días del ochenta y seis, no sé decirte si antes o después del
referéndum, una noche pálida del María Guerrero sonó un tambor con la muerte de
una de las hijas de Anna Fierling. Un tambor que terminó en un estruendoso
silencio. Y allí estaba la Sardá, interpretando una Madre Coraje que siempre me
viene una y otra vez al recuerdo. Allí estaba la mirada de la Sardá. Sus
movimientos tirando del carro en un escenario que giraba como las ideas en la
cabeza de Lluis Pasqual. Un mundo sin centro para nadie, solo para el dolor.
viernes, 5 de junio de 2020
Muchas amapolas. (En Hoy por Hoy León, 5 de junio de 2020)
Me
llegó una foto de Venecia en la que se veía un canal invadido de cisnes, cisnes
de color rosado, que yo no sabía ni que existían. Parece ser que, por muy bella
que sea la imagen, los cisnes no han ido de turismo y, por lo que sé, se trata
de una obra de Kristina Makeeva, una artista rusa que, con esta provocación,
nos muestra lo que ocurre cuando la gente se queda en casa: que la ciudad se
llena con otros habitantes. La artista ha hecho esto mismo en otras ciudades y
con otros paisajes, convirtiendo lo ordinario en arte mágico, transformando lo
que es en lo que podría ser. En el arte siempre tiene que estar esa búsqueda de
lo que podría ser en el sentido de lo que debe ser. La belleza no nos llena si
no hay en ella una intención transformadora, si no hay desequilibrio,
desajuste, posibilidad. La belleza es conmoción o diletancia.
A
veces pienso que este comentario mío es un ejercicio diletante, que se queda en
el aire, puesto que en el aire vive. Cuando hablaba de esto de las amapolas,
alguien me dijo que más que amapolas lo que ha brotado es mucho tonto. Creo que
no lo decía por mí, aunque podría. Quizá sea verdad que la tontería ha brotado
como las amapolas, que igual que los cisnes rosados, los tontos hemos aparecido
los primeros en el hueco vacío de la pandemia, mientras los dueños de la vida
de antes del cemento empiezan a retirarse de esa libertad que nuestro
confinamiento les ha dado: hace cuatro días saltaba un corzo a dos pasos de mí
a la orilla del Bernesga, casi a la altura de la glorieta que lleva a
Villabalter en la carretera de Caboalles, casi al borde de las casas. Tomando
posiciones, como el oso que se baña en el río en Robles de Laciana, claro que,
como allí ya están en fase dos se ve que puede uno bañarse. Impactantes las
imágenes del vídeo que circula por las redes de ese oso descarado que todavía
no sabe que el cemento está de vuelta.