Me
llegó una foto de Venecia en la que se veía un canal invadido de cisnes, cisnes
de color rosado, que yo no sabía ni que existían. Parece ser que, por muy bella
que sea la imagen, los cisnes no han ido de turismo y, por lo que sé, se trata
de una obra de Kristina Makeeva, una artista rusa que, con esta provocación,
nos muestra lo que ocurre cuando la gente se queda en casa: que la ciudad se
llena con otros habitantes. La artista ha hecho esto mismo en otras ciudades y
con otros paisajes, convirtiendo lo ordinario en arte mágico, transformando lo
que es en lo que podría ser. En el arte siempre tiene que estar esa búsqueda de
lo que podría ser en el sentido de lo que debe ser. La belleza no nos llena si
no hay en ella una intención transformadora, si no hay desequilibrio,
desajuste, posibilidad. La belleza es conmoción o diletancia.
A
veces pienso que este comentario mío es un ejercicio diletante, que se queda en
el aire, puesto que en el aire vive. Cuando hablaba de esto de las amapolas,
alguien me dijo que más que amapolas lo que ha brotado es mucho tonto. Creo que
no lo decía por mí, aunque podría. Quizá sea verdad que la tontería ha brotado
como las amapolas, que igual que los cisnes rosados, los tontos hemos aparecido
los primeros en el hueco vacío de la pandemia, mientras los dueños de la vida
de antes del cemento empiezan a retirarse de esa libertad que nuestro
confinamiento les ha dado: hace cuatro días saltaba un corzo a dos pasos de mí
a la orilla del Bernesga, casi a la altura de la glorieta que lleva a
Villabalter en la carretera de Caboalles, casi al borde de las casas. Tomando
posiciones, como el oso que se baña en el río en Robles de Laciana, claro que,
como allí ya están en fase dos se ve que puede uno bañarse. Impactantes las
imágenes del vídeo que circula por las redes de ese oso descarado que todavía
no sabe que el cemento está de vuelta.
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