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viernes, 12 de marzo de 2021

Aquiles. (En Hoy por Hoy León, 12 de marzo de 2021)

    Fíjate que cuando pienso en el Aquiles me acuerdo inevitablemente de mi hija, claro, por cosas que no conviene recordar ahora, pero también me viene enseguida a la memoria el Achille Lauro, aquel trasatlántico que secuestró en mil novecientos ochenta y cinco el Frente para la Liberación de Palestina. Supongo que de eso igual ni te acuerdas o puede que ni hubieras nacido cuando ocurrió. Fue una noticia que dio la vuelta al mundo. 

    Pero el asunto de hoy no es la navegación de lujo y tampoco la cuestión palestina. ¿Te has fijado en que el tendón más grande y más fuerte del cuerpo es a la vez uno de los que con más frecuencia se lesiona? Es, quizá, la historia del crucero, que encuentra en su propia magnitud su punto más débil. Eso mismo nos pasa en el Aquiles. Encontrar en la grandeza la debilidad es también hacer de la debilidad grandeza. No sé bien. Todo esto me genera muchas dudas, porque no termino de ver que efectivamente eso esté pasando, que la debilidad sea grandeza o que en la propia fortaleza esté la debilidad. Me parece más bien que tendemos a ocultarnos, a mostrar una coraza que no somos y a esconder nuestras debilidades y fortalezas, aunque tengamos la tentación vana de presumir. No lo veo claro.

    Pienso en el tendón, en todo lo que soporta, la tensión que acumula, las fuerzas a las que lo somete el gemelo, la exigencia elástica del movimiento. Fuerte, poderoso, responde con eficacia a todas las exigencias y eso que apenas tiene riego sanguíneo, que el alimento que le llega es el imprescindible para escapar a la necrosis. Veo al héroe heleno levantar su armadura en la batalla con toda la ira propia solo de los dioses llorando la muerte de Patroclo a manos de Héctor. Aquiles lucha porque su amigo muere, su fortaleza proviene de su debilidad, su ira no se aplaca ni con la muerte de su enemigo. Solo al final, al ceder ante el padre de su oponente muerto para que pueda celebrar los ritos funerarios por su hijo, su ira se aplaca, debilidad en la fortaleza. El dolor le humaniza.

    Y ese gemelo perfecto que tira de tu tendón deja al descubierto la única diana fatal de cualquier dardo. Esa perfección con la que te armas no consigue esconder toda tu humana vulnerabilidad y, a la vez, esa divina grieta vulnerable es el bastión que te perfecciona. Que la flecha de Paris alcanzase certera el punto débil del hombre que mató a su hermano no es cuestión menor. Esa idea de compensación, de equilibrio, nos resulta tan grata que la damos por buena sin pensar siquiera en ella. Pero el mundo no es así. El daño no compensa el dolor. Solo hace más daño, causa más desasosiego. Nos gusta pensar que el poderoso mantiene un punto flaco que lo debilita, como en la historia de Sansón, pero no estoy seguro de que el hecho de que exista esa debilidad sirva de mucho.

    Tu gemelo perfecto anuncia tu perfecto Aquiles, ese tendón que te da el movimiento, que te permite mover tu cuerpo, que es lo movido. En latín “motus”,  que en su forma sustantiva abstracta es “motio”: “moción”.


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