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viernes, 19 de marzo de 2021

Ombligo. (En Hoy por Hoy León, 19 de marzo de 2021)

    El mío es como un pozo profundo y oscuro. Hay veces que pienso en llenarlo de algún licor o de un perfume y taparlo con una tirita y vendas y esparadrapo y plásticos para que no se derrame nada y pase el tiempo y que envejezca como en una cava. Quizá esa fuese una buena idea: llenarlo de mosto fermentado y hacer un crianza, o llenarlo de vino y dejar que se transforme hasta tomar al cabo del tiempo un sorbo de ese brandy, un dedal del coñac envejecido en la oscura cueva de mi propio ombligo.

    En otros ombligos eso es imposible porque son botones o ligeras hondonadas en la piel endurecida de la tripa, pero el mío es así, tipo cavernoso, uno de esos ombligos que se dan sombra en medio de ese proceloso mar de tripas que es mi barriga. También me da por pensar que es un pasadizo a otras vidas, como un tubo del más allá que Elisa, la matrona que asistió a mi madre en el parto, anudó aquel penúltimo viernes de primavera para cerrar la puerta del lado del más acá. No sabría decirte cuándo se quedó mi ombligo en su forma definitiva, pero, si hubiésemos encerrado unas gotas de licor ese día en su oscura profundidad, hoy sería ya más que añejo. Valdría la pena destaparlo para brindar por mis errores.

    Mírate el ombligo, pero no como haces siempre. Míratelo con los ojos de otro y piensa. Escúchate decir las cosas que dices. Las cosas que dices de ti y las que dices de los otros. Mira y escucha. Tanto te habías acostumbrado a mirarte el ombligo que ni tan siquiera habías adivinado su forma y solo has visto en él el reflejo subrayado de todo lo bueno que haces, todo lo bueno que te dicen que haces, todo lo bueno que te crees que haces. Todo lo bueno cabe en mi ombligo pozo y cuando me lo miro, ni lo veo. Y tú que tienes tu ombligo en tu mirada deberías salirte a contemplar su forma, a considerar por lo menos lo que podría encerrarse en él con el apósito adecuado. Lías de humildad tapando la boca del pozo de parte a parte del brocal.

    En el anuncio, un anuncio de hace muchos años, se decía que se hacen cangilones y recordé lo que me gusta esa palabra y eso que mi cabeza la dibujó con “j” en un “juanramón” inapropiado. Se me vino la imagen blanca del pretil, los chorros del agua que resbalan la maroma cayendo eternamente, la espuma que deja la que sale de la noria con el “tintirintín” de la contramarcha, el chorro feroz que inundaba la alberca. Me di cuenta de que estaba otra vez pendiente de mi ombligo, que me había dejado llevar por la ensoñación de mis recuerdos buscando en el pozo de mi memoria, mi verdadero ombligo.

    Uno no sabe bien por qué se empeña en algunas cosas. ¿Por qué hacemos de un sorbo minúsculo que es el dedal que cabe en el ombligo un trago tan largo y tan amargo? Hoy que era un día para sentirse como un Pepe, me da por esta reconvención extraña. Quizá por eso de ser el día del padre y mirar lo que queda en el interior de mi propio pozo, quizá por el recuerdo de los Josés que hoy celebran o celebrarían su santo. Quizá por descubrir que hay tanta gente mirándose el ombligo, ahora que miro bien el mío y veo en el fondo un líquido añejo atascado de reflejos. No sé. Pongamos que hable de Madrid, de León o de nosotros.

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