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viernes, 5 de marzo de 2021

Yemas. (En Hoy por Hoy León, 5 de marzo de 2021)

    Sé que tengo en algún lugar de la nube alguna nota escrita con cuatro ideas que me gustaban para hoy bajo el título de Yemas. No sabes lo que me alegro de haberlas perdido porque eran palabras sensatas, ideas que se me habían ocurrido bajo el espíritu de lo correcto y que había recogido como quien tiene la seguridad de tener algo importante que decir. Y no me apetece nada hoy la corrección y, desde luego, no estoy seguro para nada de tener algo que decir, algo que decirte, algo nuevo, se entiende. Algo que no te haya dicho ya o que tú no sepas. Algo que no haya sido dicho ya o que nadie sepa.

    Sé que esas cosas tan sensatas de las que no te quiero hablar —ni puedo, porque no me acuerdo— se me ocurrieron leyendo la noticia sobre los monolitos —en mi pueblo, “manolitos”— que se han puesto en Ordoño con códigos QR para enlazar el móvil a la historia de veinte Reyes Leoneses. No sé cómo funcionó mi asociación de ideas. Algo así como “huella”, “pulgar”, “yema”. Tal vez fue “móvil”, “dedo”, “yema”. No sé, pero, en todo caso, “yema” y pensé en la yema de los dedos y en las yemas de los frutales y en las yemas de los huevos.

    Sé que no tiene mucho que ver, porque son asuntos de orden distinto, aunque bien mirado: las yemas de los huevos, como los brotes en las plantas, no dejan de ser principio de vida, vida que engendra vida, lo que germina, lo germinal. Me parece que “yema” viene del latín “gemma”, que es también “joya”. De hecho, decimos de una cosa preciosa que es una joya y decimos de la parte más importante de algo que es la “yema” de ese algo. La parte más preciosa del huevo es la yema, la joya del árbol es el brote y en nuestros dedos tenemos el don del tacto, lo más íntimo de nuestro estar en el mundo, que no es otra cosa que la yema del dedo que toca tu piel. No ahora que estamos a mil “covids” de distancia unos de los otros, sino cuando el mundo es mundo y queremos saber cómo sabe la vida y la probamos con el dedo y lo metemos en la boca y saboreamos la yema que nos toca, la yema con la que hemos tocado.

    Sé que debería buscar en la nube mis opiniones convencionales sobre esa aula al aire libre que se nos ofrece en Ordoño. Mi manera de entender la recuperación del espacio que se ha hurtado a los coches y que se devuelve al paseo, no sé si para bien de la historia y de la cultura o para mayor gloria del leonesismo y de las nuevas piedras. No he llegado todavía a tocar con mi yema esos pensamientos o quizá sí y sean esos de los que te hablo y que andan perdidos por la nube. En cualquier caso, me sobrepongo a ellos y rozo con la yema de mis dedos el deseo de encontrarnos ya sea en la calle Ordoño paseando entre los Reyes, en la nube con un arpa en las manos tañendo melodiosas canciones correctísimas alrededor de los pensamientos perdidos o en el zumbido eléctrico imposible del roce de pieles, yemas rodantes.

    Sé que no te estoy contando nada nuevo, que la yema de esta historia de hoy no sirve para tortillas ni para mazapanes, que ni batiendo ni hilando ni cociendo ni amasando. Yema brote, yema germen, yema joya. Paseando la corona entre los Reyes. Toqueteando

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