Buscar este blog

viernes, 10 de diciembre de 2021

Hacia la más tersa ingenuidad. (En Hoy por Hoy León, 10 de diciembre de 2021)

    Este domingo pasado, en una mañana radiante de luz que parecía más un Domingo de Ramos que este del puente de diciembre, una de las personas más sabias que conozco me dijo que, si seguía enfadándome así, iba a terminar con una úlcera en el estómago. De hecho, me dijo que probablemente ya la tuviese y que, como no cambiase de actitud ante lo que me pasa, acabaría por tener que operarme. Y quizá tenga razón, solo que yo pienso más en la mala alimentación y en los malos hábitos que me tienen en una vida cada vez más sedentaria, en esas explicaciones sencillas que excluyen la química de la emoción. Al menos eso pensaba, hasta que ayer un compañero me habló de las situaciones de estrés y la segregación de cortisol.

    Lo que yo no sé bien es si es antes el enfado o el cortisol, si es antes la feniletilamina o el enamoramiento, la templanza o la serotonina o sin son solo nombres de la misma estampa, pies de página dispuestos para la explicación del fenómeno con lenguajes diferentes, notas aclaratorias de uno mismo. Acotaciones al margen que te retratan. Sabes que estás enfadado, pero no consigues saber por qué.

    Te planteo un juego simple, una anomalía en tu rutina. Piensa en la emoción que sientes mientras me escuchas. No digas que no tienes ninguna emoción porque es imposible y, por mucho que lo niegues, sabes que escuchar esto, o leerlo, si es que estás mirándolo en internet, o leyéndolo mientras lo escuchas, te provoca una emoción. Todo lo que haces, cada segundo de tu vida, se arropa en emoción. Trata de identificarla. Tú sabes cuál es, sin duda. Y una vez que ya la has identificado, imagina la sustancia química que la provoca y juega a ponerle un nombre, algo que acompañe lo que te está pasando. No sé. Se me ocurre, por ejemplo, tontilamina, si es que te da por pensar que esto que te digo es una tontería y la emoción que te provoca es una cierta forma de desprecio. O quizá esa sustancia química que te ahoga sea el sonrojetol, que te lleva a experimentar un estado imposible de vergüenza ajena. No es tan importante el nombre que le pongas como el hecho de reconocerte en la emoción.

    Tampoco se trata de ir mucho más allá con este juego, aunque me parece importante para la felicidad comprender qué emociones te mueven, en qué emociones navegas. No serviría de mucho hacer de esto un ejercicio racional y sería más intenso el experimento si fuéramos capaces de incorporar nuestra emoción sin el concurso controlador de la mente. Destapar junto a las emociones los sentimientos y quedarnos en las primeras, en la reacción básica de nuestro organismo, eso que se juega en el territorio automático de la pasión. Eso que hacen los niños sin esfuerzo. El riego salvaje de las hormonas, el control de míster Hyde y la renuncia de Jekyll, ese extraño caso o quizá no tan extraño en el que la pasión vence a la razón. Lluvia de hormonas decisiva para la felicidad, control de la química para la felicidad contenida. ¿Acaso no es otra química la del control y la serenidad? La mesura y la desazón se destilan en el mismo alambique y reposan en probetas contiguas.  La idea sería caminar hacia la ingenuidad, buscar la emoción básica que te provoca cada acontecimiento, como el de comprobar el boleto de Euromillones y ver que es el tuyo ese del que hablan los periódicos que se ha sellado en la calle San Pedro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario