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viernes, 17 de diciembre de 2021

Hasta comprender que sí. (En Hoy por Hoy León, 17 de diciembre de 2021)

Tengo en mi escritorio una piedra recogida del suelo que tiene la forma de África y me recuerda la tierra que piso. No es una forma esculpida, de manera que esa imagen de África de la que te hablo está más en mi imaginación que en la piedra misma, pero me resulta inevitable mirarla y pensar que el tiempo, el agua y el aire han ido conformando mi piedra para dejarla con esa forma plana que me recuerda que la vida no se cierra en la comodidad de la casa. La casa es tu pared y en la ventana tienes el agujero que te muestra todos los caminos. 

 

Esta idea de África en mi mesa me desnuda para el sol, me afirmaTe traigo otra vez el efecto mariposa, el modo en el que se conectan todos los acontecimientos por nudos escondidos que determinan lo que ocurre, como aquel viaje desde un continente africano en el que aparecen simios que saben vivir bien al pie de los árboles hasta esta mesa de trabajo desde la que te hablo. Un viaje en el tiempo y en el espacio. Un sueño de conexiones imperceptibles como las que me llevan de la arena del parque y las canicas al calambre inoportuno en el gemelo derecho, ese calambre de esta mañana que me deja a medio camino en mi particular pelea con lo que se puede y lo que no se puede. Y pienso en la fuerza de ese viaje y creo en la necesidad de comprender que sí, que África es la verdad optimista, que nunca he dejado de poder, que la forma en que se conecta lo primitivo con lo cultural se arropa en el frío de la mañana de un miércoles, se desconcha en el sol del invierno. Una, otra, aquella ventana. La incontestable presencia de África, la constante denuncia de su presencia, la espesura de la jungla de su metáfora, esa ventana hacia todas las áfricas, las de allí y las que sufren en todos los otros continentes que están en conexión exacta con todo lo que nos pasa. ¿Acaso no hemos aprendido que ya no hay ninguna frontera? En realidad, nunca las hubo. En realidad, ese mosquito que te entró en la boca bien pudo haber viajado desde Atlanta, como la Coca Cola. Burbujas, azúcar y proteínas. 

 

Un calambre me recorre el gemelo. Un calambre de espanto cuando te oigo decir que esta misma semana se ha producido un robo en tres casas del mismo piso de la Plaza de la Inmaculada. Tres casas que estaban vacías en ese momento de la tarde, pero que podrían estar ocupadas. Tres casas revueltas, manoseadas por pieles extrañas. Tres casas que se vacían de algunas de esas joyas que tienen todo el valor de los sentimientos, ese valor incalculable de los objetos que no tienen precio. Un calambre desolador. Ese miedo de la casa destripada explota en decisiones postergadas y en efecto mariposa incontenible escapa por el dintel reventado y empuja otras fichas descolocadas que se caen con el impulso de ese portazo. Todo lo que pasa, pasa por algo, dicenHemos hablado mucho en estos días de la filosofía de los estoicos, de su idea de que todo está predeterminado y por tanto solo cabe aceptar con “estoicismo” lo que sucede, porque todo está conectado por razones secretas. Como tu África y mi calambre. Como su allanamiento y esa futura escapada: los cajones volcados, la vida expuesta. Efecto mariposa hacia la soledad de Humildad en la Mesa por León. Efecto mariposa hasta aceptar que sí, que así parecen ser las cosas, o calambre intenso hasta comprender que sí, que está en nuestra mano poder hacerlo. 

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