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viernes, 4 de febrero de 2022

Vía sonoridad. (En Hoy por Hoy León, 4 de febrero de 2022)

     Ya han pasado dos días y solamente he escuchado las primeras frases de cada uno de los participantes en el debate del miércoles en Botines. Entiendo que la sustancia del debate está en todo lo que todavía no he oído, pero que escucharé con atención en el podcast de Radio León. Por ahora, déjame que te hable de lo que oí el miércoles, que ni siquiera son palabras, en la medida que, ocupado en otros quehaceres como estaba, no me llegaron a causar impacto alguno más allá de la música de los nombres y las voces. Escuché el murmullo de sus argumentos y no el significado de sus palabras. Por eso he titulado hoy con ese pretencioso “vía sonoridad”, porque me llegaron sus entonaciones, la música de sus ideas, lo inadvertido de su lenguaje. Escuchar a los cinco candidatos que participaron en el debate, pero sin escucharles, es decir, oyéndolos como tú me estás oyendo ahora mismo, atendiendo solo a la música de lo que digo sin reparar del todo en la letra, me sirvió para comprender o, más que para comprender, para intuir al modo en que se intuyen las verdades sencillas, que hay un discurso no dicho que es el que de verdad nos mueve, ese discurso que nos llega vía sonoridad, vía perfume, como esas intenciones que te dejas en el cuello o detrás de la oreja para decir que te has vestido, ya sabes, unas gotas de Chanel que decía Marilyn: todo lo que parece ser que utilizaba para dormir.

    El Chanel Nº5 es el perfume del glamour, supongo, pero en cada piel dice de una manera, como las voces de los candidatos en cada oído huelen distinto y llegan al cerebro de cada quien con unos filtros férreos de expectativas previas, afecciones, desprecios y sinrazones. Algo así como que la música que nos gusta es la única que queremos escuchar, el perfume que nos viste es el que nos da la seguridad seductora de la sensualidad, la oración que nos reconforta es la única que vale la pena rezar. Ese eco del monólogo se colaba en el rebotar de las palabras del diálogo de candidatos contra el artesonado del sotabanco de la Casa Botines. Las tablas de ese rincón por encima de la cornisa, ese cielo suculento del banco en el cielo de la joya modernista leonesa, especiaban la sonoridad de los discursos, el timbre de cada cual, la gravedad o la agudeza, la línea melódica de las promesas en un primer asalto de presentación. La campaña se me envenenaba, se me colaba en vena vía sonoridad.

    Lo que se dice —imagina que me dices que soy importante en tu vida, imagina que me dices que lo que decida el trece es lo que decide, imagina que me dices que el futuro de todos depende de lo que haga y por eso soy tan importante— no cuenta tanto como la manera en que se dice. La música, la sonoridad de la palabra. El perfume, el aroma ardiente de la piel invadida de manzana, la promesa de un paraíso más terrenal, si cabe. Esto que te queda entre dientes en el cuchicheo fuera de micrófono, todo lo que vas sintiendo mientras te desgranan mis palabras, todo lo que te llega vía sonoridad, vía escapada, vía estancia lejana en la que depositar toda tu confianza. Cinco voces en el barullo de la mañana, cinco escaparates que venden confianza y los que gritan fuera. Cinco melodías distanciadas. Chanel número cinco, colonia fresca de primera hora de la mañana, aroma del aceite para la piel del bebé, loción de gama alta para después del afeitado, el aroma de tu piel y la manzana.


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