He estado leyendo un poema de Alejandra Pizarnik que se titula Humo. Lo he
tenido que leer y releer todas las veces que he podido, en ese asombro incesante que es
la poesía, y me sigue resonando la calandria, como una fotografía de ese instante en el
fuego de las palabras. Me ha llegado el poema de Pizarnik con la publicidad de una
editorial que vende por ser el primer día de primavera el día mundial de la poesía y ya
te digo que he tenido que enfrentarme a él con uñas y dientes —marcos rozados en
callado hueso— en una batalla entre la seducción de su música y sus resabios y la
necesidad de encender significados que iluminen todas esas sensaciones. Luego he
sabido que la autora —y quizá es por eso por lo que te la traigo este viernes—
mantuvo gran parte de su vida una obsesión con adelgazar, una lucha eterna con las
calorías. La guerra se libra siempre con el interior.
He pensado estos días en la comida, en la posibilidad de una ausencia total de
comida en estos países nuestros que llevan vida de rico. Lo hemos visto en los
supermercados con la leche, el aceite, las conservas, los congelados. Hemos hecho
fotos de las estanterías vacías con la seguridad de quienes esperan con total suficiencia
que mañana volverán a estar llenas. Y si no es mañana, será pronto. O tal vez hoy a
otra hora o encontraremos una tienda que nos venda esa leche concreta que buscamos
o por unos días beberemos con lactosa o semidesnatada o no beberemos el café con
tanta leche. Pero esa hambre que espera hartura —cognac, bordeaux amarillento—, no
es hambre que merezca tal nombre.
Seguro que también lo has visto o puede que hasta lo hayas sentido. Me refiero
a esa angustia por la escasez. ¿Cómo podremos vivir? El desabastecimiento es el
fantasma —ante la repicante austeridad— que sacude el peor de todos los miedos. Me
parece que ese miedo perverso es más un miedo a no tener que el propio miedo a
perder, diríamos la vida. Anticipar el problema es vivirlo doblemente, si por anticipar
el problema no entendemos sino la vivencia angustiosa de lo irremediable. Lo
cavernoso de la cuestión, lo emponzoñado, es que ese propio miedo alimenta más
miedo y genera realidad. Ya lo habrás leído. Hay multitud de empresas que están
dejando de producir. Aquí en León lo estamos viendo. Fíjate por ejemplo en
Legumbres Luengo, que ha suspendido su actividad ante las dificultades derivadas de
la huelga de transporte, derivada de la subida de precios de los combustibles, derivada
del incremento del precio del crudo en los mercados, derivado del bloqueo a las
empresas rusas, derivado de la invasión de Ucrania, derivada de la derivada de la
derivada. Suenan las sirenas, pero no las oímos. Caen las bombas, pero no nos
manchan —los pelos ríen moviendo las huellas de varios marcianos—. Por efecto del
miedo (y de la especulación) y del sonido de las sirenas miles de calorías
desaparecen
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