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viernes, 24 de febrero de 2023

Catetos. (En Hoy por Hoy León. 24 de febrero de 2023)

    Ayer habría cumplido cincuenta años y tenía la sensibilidad de los pececillos del frío, la belleza del cuello de los cisnes y la mirada enorme de las diosas elegidas para encender el faro de la inteligencia. Todo eso que tenía permanece inquieto en las memorias de quienes todavía la traemos a la vida con nuestros pensamientos, de quienes mantenemos viva la llama de su sonrisa. Un vestido rosa de seda en lunares negros de otro siglo. Un viento helado ya en el cuerpo destruido, roca por fuera, humor deshecho por dentro, gesto secreto, urna que guarda el dolor pasado, presente y futuro.

    Ayer habría cumplido cincuenta años, ciertamente, como hoy cumplen otros pececillos, de cuello cisne y también de mirada inteligente; como hoy la guerra —esa guerra que parece única en la mentira del primer mundo— señala que ya tiene un año. Al año andarás, a los dos hablarás. Un año y anda esta guerra vecina que nos llena las casas de horror, que nos obliga a entender un juego estratégico al que no queremos jugar, un póker de miedos. Ese año que se cumple hoy no hace del día nada especial, como ayer no fue especial el día en el que ella hubiera cumplido cincuenta, como mañana no habrá nada que haga del día un día especial a no ser que a ti te lo parezca. ¿Hablábamos de Matemáticas?

    Ayer habría cumplido cincuenta años ella que estudiaba Matemáticas y que no pudo terminar sus estudios porque pececillos, cisne y ojos se hundieron en el tiempo, en la eterna y congelada y mullida extensión del tiempo, allí donde todos los que somos ahora escondemos nuestra angustia. Una pared que se enfrenta a otra, dos lados rectos que dibujan el ángulo con sus noventa grados, las dos paredes del triángulo que se cierra en una hipotenusa. Catetos en la perfección que dibuja el uno de la función seno. Todos esos sueños que se quedan flotando extendidos en la pasión de poco más de veinte años, el amor resbalando por el lado opuesto, la mirada lejana en el balcón de la noticia desoída. Nada que hacer. No hay ya nada que se pueda hacer. Nada, salvo recordar que ayer hubiera cumplido cincuenta años, salvo entender que hoy la guerra en Ucrania ya cumple uno, salvo aceptar la perfección vertical, el cruce exacto en el ángulo de seno uno, la sencillez intuitiva de los catetos.

    Ayer habría cumplido, sí, cincuenta años. Ayer habría sido un día de fiesta. Ayer habríamos escapado a esa cárcel de algodón y miedo y por eso es quizá por lo que dicen que hoy nieva, como hay hielo en la mirada de estos muchachos de los que también te hablaba el viernes pasado, muchachos como Vladimir —pongamos que se llamara así— o ángeles como su hermana, que llegan a León en la distancia de un año desde que la vida era normal y que saben Matemáticas, que tienen armas para luchar por su futuro en la inteligencia de sus ojos, en la extensión de cisne de sus cuellos, en el frío diamante de los pececillos que les recorren la sangre.

    Cincuenta años y un día; un año; sesenta; ¡qué más da! La misma postura erguida del cateto que soporta el peso del triángulo; la misma lucha; el mismo sueño: frío, cisne, ojos.

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