La
buganvilia es una trepadora exquisita que dibuja de rosa los muros, las cercas,
las vallas; una trepadora que convierte en luz lo opaco de la separación. Tener
una buganvilia es crear una armonía que desdibuja las líneas de lo prohibido:
el paso prohibido, la entrada prohibida, el acercamiento que se niega. La
buganvilla sabe el camino que conduce a la memoria y al brillo de la tarde de
verano en el pecho escotado de la casa.
Veo
en la tarde ventosa de este León que se despereza hacia el otoño una buganvilla
que se deshoja, que pierde sus flores en la fuerza del viento y deja escapar su
belleza del verano. Hay un trasiego de uniformes de colegio y de plumieres, de
lápices afilados y mochilas nuevas, un olor a libros que se estrenan, virutas
de goma de borrar resbalando por cuadernos recién empezados. Detrás de las
vallas de los colegios, desnudas de buganvilias, se encierra un pedazo de vida
que hasta hace una semana rodaba por las calles y la semana que viene se
encerrarán los adolescentes y dejarán el pulso de la ciudad latiendo al ritmo
de los que quedan fuera de ese empeño de ilusión.
Es
verdad eso que dice en una pegatina que leo casi cada mañana: la educación es
la única fuerza que puede cambiar el mundo. Es algo en lo que creo con firmeza,
que la educación es el arma más poderosa en este universo de miedo que nos
llega desde las fronteras del bienestar diario —fronteras vacías de
buganvilias—, ese afuera inquietante que se construye en el ruido de la
confrontación. Solo la educación puede transformar el mundo. Lo malo es que tengo
la sensación de que esa arma en la que creo se desmorona en manos de quienes la
manejan, como si fuera un tirachinas de goma que solo pudiera servir para hacer
chichones, como si no tuviera dentro de sí el potencial transformador que yo veo.
Ese manejo busca en muchos casos solamente la manipulación de lo que hay en
función de lo que conviene. Pero lo que conviene ¿a quién o a quiénes?, me
pregunto.
Me
preocupa la pérdida de la noción básica de lo que significa educar —acompañar
en el camino, educere; frente al interesado educare, instruir,
formar: de algún modo, ahormar—. Brillar es el verbo de la semana. Alcanzar el
brillo de la buganvilla en el pecho del que aprende.
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