Ayer
estuve declarando, como testigo, en un juicio rápido. Para qué te voy a decir
que hace dos años o así que se practicó la instrucción de lo que se juzgaba y
que el adjetivo rápido… Pues eso: el comentario fácil acerca de la lentitud de
la justicia. Yo creo que la justicia tiene que ser lenta en sus procedimientos,
rigurosa, garantista. Tiene que asegurarse bien de conocer todas las aristas de
lo que se juzga. Entiendo que si, además, contemplamos la falta de recursos, la
enormidad del papeleo y las carencias que los profesionales de la
administración de justicia denuncian, esto de que pasen dos años entre la
instrucción y la vista es hasta un récord de velocidad. Lo que pasa es que,
entre tanto procedimiento, lo juzgado caduca y las personas que esperan que se
produzca una sentencia sienten que esa espera es eterna y se desesperan
sufriendo las penurias que quizá algún día esa sentencia, cuando pueda ser
firme, vendría a aliviar. Quizá cuando ya sea inútil, en algún caso.
Ayer,
te decía, en el pasillo de la tercera planta de los juzgados de León se
mezclaban policías, detenidos, abogados con y sin toga, testigos, acusados,
funcionarios y no sé si hasta obreros de una reforma que se está haciendo entre
sala y sala. Acostumbrado a no ver el mundo, te ves en la obligación de mirar a
la cara a quienes están siendo acusados de un delito y en contra de quienes vas
a declarar en unos minutos. Y los tienes ahí sentados, en el pasillo donde todo
el mundo se hacina; en el banco contiguo preparando su defensa con su abogado.
Y, cuando empieza la vista y estás hablando frente al micrófono de la sala, los
tienes a tu espalda, observando cada inflexión de tu voz, analizando cada
respuesta que das al fiscal y al abogado de la defensa. Es la claridad de la
justicia.
Ayer,
ya ves, cuando volvía al trabajo caminando por Papalaguinda, pensaba en la
frescura del otoño, en el sol del membrillo, en la belleza de la luz entre las
ramas de los castaños de indias. Y me acordé de un anuncio que había visto
incitando a denunciar a los bares que ponen el fútbol de forma pirata. Según la
publicidad, las denuncias podían hacerse de forma sencilla y anónima. Denunciar.
Ese es el verbo. Tan necesario. Tan perverso, si se queda a un paso de la forma
de actuar de la Gestapo. Denunciar, sí. Pero para que se actúe a la luz de la
justicia, aunque sea lenta.
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