Lo habrás oído en la radio. Tenemos en León una plaga de
pulgones y mosquitos debido a los cambios bruscos de temperatura. Nieto Nafría
lo ha explicado con claridad; hasta nos propone un experimento de bayeta
amarilla para que veamos cómo los pulgones se sienten atraídos por ese color.
La descripción que hace del pulgón es poética, sobre todo cuando dice que
extiende sus alas en tejado. Esa observación minuciosa de lo pequeño es la
actitud que frena el tiempo. Hablo de mí, de mi tiempo. Te lo cuento a
propósito de algo que he hecho muy mal estos días en los que me he dejado
llevar por el empuje de la ola de calor y he resbalado en la espuma hasta verme
arrastrado en las piedrecitas de arena de la orilla de la realidad. ¡Hay que
ver cómo te dejan la barriga!
Ya les he pedido perdón a ellos, así es que no es importante
la materia, pero sí cuenta el cuento. Y el cuento es que en esa eclosión de
bichos que nos rodea por el fuego de este junio sin tormentas, hay uno que es
especialmente picajoso. Mi abuelo se las quitaba a los perros ahogándolas en
aceite, decía, y tirando después con unas tenazas o con un alicate: una
barbaridad que hace temblar cualquier albéitar, supongo, porque hoy acudimos a
tratamientos antiparasitarios preventivos y atacamos con eficaces insecticidas.
Lo malo es que las garrapatas no solo se agarran a la piel de los perros. Hay
garrapatas que gustan de lo humano o se confunden. ¿Quién sabe? Y en medio de
esa eclosión de bichos que nos rodea, las garrapatas han hecho de las suyas. En
pocos días he tenido noticia de al menos dos ataques voraces que han terminado
en urgencias. Revísate bien hasta los pliegues. Que una garrapata se le
engancha a cualquiera.
Pero vuelvo al suco, que me esnorto, como dice el gran Ful.
El cuento es que uno siempre está pidiendo favores a los amigos y los amigos
siempre te atienden y sientes que un poco eres una garrapata cuando llega un
día que te llaman y te dicen: “Oye, moreno, que has tenido en tus manos algo
que me interesaba y se lo has dado a otro sin decirme ni Pamplona”. Bueno, no
con esas palabras: a lo mejor hasta te lo dicen en silencio; a lo mejor hasta
te soportan chupando sangre sin darle importancia hasta que tú comprendas lo
que has hecho. Lo bueno que tiene es que, como son amigos, no te ahogan en
aceite, ni tiran de alicate, ni te embalsaman en insecticida. Solo te dan un
cachete para que aprendas y te des cuenta de que las garrapatas tienen una vida
muy corta, pero es que hay mucha garrapata suelta y, si vas deprisa, ni te
enteras de que se te engancha o lo que es peor, no te das cuenta de que te has
convertido en una de ellas.
Un abogado que está inmerso en uno de esos movimientos de la
banca que terminan en terremoto me decía hace una semana que vamos a llegar a
la extinción por absorción, no sé si se refería a la especie humana, a la banca
en general o a su banco en particular. Es la imagen de la garrapata gigante que
absorbe por encima de su capacidad y termina como no me apetece contarte a esta
hora tan apetecible del aperitivo.
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