Y
como este viernes es el último de la temporada, vamos a ponerlo en un sitio
cómodo: por ejemplo, en Gandía. No es que me guste Gandía más que Salou o
Torremolinos. Tampoco es que elija la playa por encima de otro destino. Es solo
que me quedé con la frase al pasar al lado de una conversación y escuché cómo
alguien le decía a otra persona: “No te preocupes. Lo mandamos a Gandía y ya
está”. Así es que vengo a decirte que este ratito del viernes lo empaquetamos
por un tiempo y lo ponemos en un sitio cómodo. Me parece bien Gandía, pero si
tiene que ser Jaca o Arenas de San Pedro, tampoco me parece mal. Como si
quieres que se quede durmiendo al fresquito del Museo de la Colegiata de San
Isidoro bajo la sombra del Cáliz de Doña Urraca o en las marmitas de gigante
del desfiladero de Los Calderones en Piedrasecha. Un sitio cómodo es lo que
necesita este ratito del viernes para descansar hasta nuevo aviso.
Pero
no lo mandes a cualquier lugar como quien se lo quiere quitar de encima a
cualquier precio. No lo aparques en cualquier sitio, porque los ratitos de
viernes, aunque sean modestos como este ―pequeños ratitos de la hora del
aperitivo que se acurrucan entre la agenda del fin de semana y las historias de
Pepe un poco antes de las noticias de la una― tienen su corazoncito y les
molesta pensar que los quitas de ti de cualquier modo, como quien se saca lo
que le sobra de la nariz y lo deja en un pañuelo en la basura o tirado entre
las rayas que separan las baldosas. Fíjate que es estupendo ir a Gandía, pero
mira que es odioso pensar que te están mandando allí para que no estés en otra
parte. Por eso este ratito del viernes que se despide hasta más ver quiere
encontrar un estante alegre y agradable; un cajón escondido en tu recuerdo
hasta el que pueda llegar un rayo de luz de luna; un hueco en el asiento de tu
coche viajando por una autovía desierta en el que sentir que el sol calienta
cuando sale.
Y
si además hay festivales de sonidos o de luces o de mares o de bosques o de
ríos o de noches en blanco o de museos o de charlas o de arenas o de paseos
junto al cielo de las caricias, será mejor. Pero eso es ya pedir mucho. Déjalo
en buscarle un lugar cómodo. Un paraíso en el que recuperar el tono perdido
tras los excesos o un infierno en el que excederse definitivamente para olvidar
el buen tono. Todo estará bien siempre que no sea apartarlo a un lado para que
no te estorbe.
Un
ratito de viernes adormecido por el calor del vermú helado se mete en cualquier
parte. Cabe en la mochila más pequeña que puedas organizar para el más largo
viaje.
Y
si las cosas vienen mal dadas, piensa que la mejor forma de afrontarlas es
comprender que ese hueco en el que te cabe nuestro ratito del viernes es tan
grande como quieras permitir que tu pena se ensanche y se diluya o se estreche
y se compacte. Esa es elección tuya.
Este
es el comentario número cuarenta de la temporada: Alí Babá y los cuarenta
ratitos de viernes que se colaron en las ondas como ladrones.
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