Yo te tenía que hablar
del tobogán, por la cosa del vértigo y el agua. Te tenía que hablar de la
hoguera, por decirte de lo que vuela en chispas por el cielo, derritiendo
deseos escritos en ceniza. Tenía que hablarte de la feria, de la ciudad
improvisada más allá del polígono de la Lastra a escasos metros de ese punto en
que se abrazan el Torío y el Bernesga, a un buen paseo de la explanada en la
que las atracciones lucen su aire de ensueño sin que nadie habite junto a ellas:
mundo en colores sin ropa tendida. Tenía que hablarte de bailes y conciertos,
de desfiles, de exposiciones, de todo eso que se esconde en los programas de la
fiesta. Tenía que decirte hoy que llevan días sonando las orquestas. Tenía que
hacer esas cosas.
Tenía que morder el pan por la encetadura. Tenía que
recordar que nací el mismo día en que nació la psicópata de Móstoles que
alimenta la enfermedad en el pulmón de ese jefe que no quiere serlo. Tenía que
rematar mis cremalleras en todas mis pequeñas grietas. Tenía que recordar que
el suelo está para ser pisado y los sueños para olvidarse. Tenía que volver a
decir que el compromiso y el sacrificio son lo que nos da la vida. Tenía que
hacer ese tipo de cosas que se espera que haga uno en el penúltimo comentario
el día en el que empiezan las fiestas. Tenía que ponértelo fácil. Tenía que
decir cosas sencillas. Tenía que alegrarme de que ya ha llegado el verano.
Tenía que saltar al grito de cobarde. Tenía que rodearme de triste pasión de
fiesta. Tenía que empezar a pensar en recoger mis cosas y marcharme.
“¿Sabes cuánta grasa tiene eso?”. Una pregunta como un
disparo en el bocata de un adolescente a la hora del recreo. “¿Sabes cuánta
grasa tiene eso que te estás comiendo?”. Y sin embargo no voy a hacer nada. Sin
embargo voy a decirte que tengo la caja llena de cosas que me gustaría
“desver”, como los hay que tienen el cuerpo marcado de señales construidas con
el verbo desoír. Y sin embargo, cuando la hoguera esta noche levante el velo de
San Juan, seguiré preguntándome: “¿Ahora qué?”. Podría preguntármelo con acento
de Arkansas; podría rumiarlo como esas vacas que se han comido las remolachas
de Fresno de la Vega; podría maullarlo como un gato que se queda en el iris con
el reflejo de la luna. Podría decirte que la magia se ha esfumado en el humo de
la noche. Podría decirte que ese sueño que tienes es un sueño que cuesta muchas
letras, es un sueño alto de gama.
Y en realidad solo voy a contarte que me gusta la verbena,
que siento el juego de la música del acordeón haciendo cosquillas en mis
deportivas y que todo esto que te digo cabe en un sencillo pasodoble, si lo
apretamos mucho, si lo bailamos lento, si lo sacamos de la fábrica de fuego que
hay en el tendido de la plaza de toros, porque ese es un pasodoble que se
aprieta al miedo.
Yo
prefiero el otro, el que se escapa en el polvo de la pista de baile desde el
suelo hasta lo más alto de un tobogán gigantesco.
Un pasodoble que aprieta el viento. Esa es la pintura de la
fiesta.
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