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jueves, 31 de octubre de 2024

Entre la espada y la pared. (Audio)

 

Entre la espada y la pared.

Entre la espada y la pared. (En Hoy por Hoy León, 25 de octubre de 2024)

    Desde el lunes hasta ayer me he sentido entre la espada y la pared. He pasado la semana en una situación de aprieto en relación con un problema de salud que me ha colocado en un sinvivir. Y eso que todavía me siento fuerte y con la cabeza más o menos amueblada como para poder tomar decisiones. No obstante, te he de confesar que el hecho de tener que enfrentar decisiones sobre mi propia salud me transforma en un niño indefenso que no entiende bien lo que le dicen y que se ve sobrepasado emocionalmente por la más mínima adversidad. Luego sí. Luego, cuando ya la decisión está tomada —como es el caso—, vuelve el adulto capaz de racionalizarlo todo y encuentro los argumentos necesarios para apuntalar mi decisión. Sin embargo, hasta ese momento, mientras estoy procesando la información y decidiendo, soy un ser indefenso que no es capaz de racionalizar y que se deja llevar por el vaivén de las presiones de todo tipo. Y cuando estamos hablando de compañías privadas en la gestión de la salud, te puedo asegurar que puede darse el caso de que haya muchas presiones.

    El caso es que me he sentido entre la espada y la pared: empujado hacia un lado por la lealtad, la confianza y el compromiso y arrastrado hacia el lado opuesto por la fuerza de la maquinaria del sistema. Es verdad que he comprendido que el sistema en este caso era quien tenía que vencer, pero eso ha sido después, después de que esa lucha entre lo emocional y lo racional me dejara varias noches sin dormir. Me resulta curioso que la emoción, que es la fuente de la que brota seguramente la felicidad, se rinda en la vida práctica a la razón. Es como si esa eterna lucha entre Apolo y Dionisos estuviera siempre del mismo lado tanto en el orden de las cosas del día a día, como en el de la contemplación de las grandes ideas. Y el lado que parece triunfar no es el que más me gusta, aunque quizá sea lo que más conviene.

    Hay que salir del aprieto, se trata de escapar de ese estar acorralado y saltar por las lámparas del salón como Errol Flynn en aquella versión mítica de Robin Hood. Saltarse el dilema es la clave. Estar más allá de la distinción entre mente y corazón. Quizá la respuesta esté en las tripas. Quizá las tripas sean el cerebro más auténtico, el corazón que no te engaña. Quizá todo se resuma en un dejarse llevar por lo que te sale de dentro y saber que lo de dentro son tus tripas y no tu cerebro, ni tu corazón. Precisamente estos días en los que se hablaba de la concentración de peñas de seguidores de la Ponferradina y de la Cultural pensaba que más allá de la emoción o de la razón que te pueda empujar a ser seguidor de un equipo, hay algo que te viene de las tripas, algo que te coloca de blanco o de blanquiazul, algo que te alista en las filas que te tocan. Y no tiene que ver con el sitio en el que has nacido, que conozco alguno que, siendo de León, el domingo irá con la Deportiva. Que todo quede en un buen partido y nadie se vea entre la espada y la pared.

viernes, 18 de octubre de 2024

A tiro fijo. (Audio)

 

A tiro fijo. (En Hoy por Hoy León, 18 de octubre de 2024)

    He leído en una noticia fechada el martes pasado en Valladolid que José Antonio Díez no va en la lista de los representantes del PSOE leonés en el Congreso Federal de Sevilla porque le coincide la fecha con el encendido de las luces de Navidad en la ciudad previsto para el próximo veintinueve de noviembre. Uno no está ya para creerse todo lo que lee —te puedes imaginar— y menos cuando se trata de hacer listas y mucho menos si esas listas servirán de alguna manera para decidir algún reparto de poder de cualquier tipo. Pero pongamos que sea verdad: si me pongo en la piel del alcalde —en el caso de que fuera verdad lo que dice el periodista, que, repito, no lo sé— creo que elegiría también quedarme a encender las luces antes que acudir al Congreso y eso que cualquier excusa es buena para ir a Sevilla un fin de semana, porque es verdad que cada uno elige con quién está y dónde está.

    Se me ocurre que esto de ir a estos congresos es un poco como ir a setas: muy pocas personas van sin saber de antemano dónde está lo que interesa y qué se van a encontrar. Sorpresas como la de Rodríguez Zapatero —si es que aquello fue tan sorprendente como dicen— solo se producen por un fallo en los cálculos previos. En general, a esos congresos se va a tiro fijo o a tiro hecho, que las dos variantes de la expresión me sirven. Hay que tener todo atado y bien atado antes de que pueda pasar nada, que ya tenemos marcados en el GPS de la memoria los rodales buenos en los que crecen las setas y solamente tenemos que ir a recogerlas, que una cosa es buscar y otra recoger. Y a las organizaciones no les interesa que haya elementos por ahí buscando libremente, no vaya a ser que encuentren, que estamos bien como estamos y ya se sabe desde la primera transición que «el que se mueve no sale en la foto».

    Este otoño generoso nos ha llenado de setas los campos. En otra noticia —esta de ayer y fechada aquí en León— he podido leer que un grupo de cuatro jóvenes recogió veinte kilos de boletus en menos de dos horas. Se entiende que no son meros aficionados, porque no me salen las cuentas: si se puede recoger un máximo de tres kilos sin licencia, hay ocho kilos por ahí que me bailan. Pero lo digo desde mi ignorancia absoluta del tema, no vayas a entenderme mal. Es que uno va a esos congresos a atrapar todo lo que pueda y ya no se sabe qué es lo que está acotado, qué es lo que se puede recoger libremente y hasta qué cantidad. Lo que está claro es que este es un otoño generoso, que el níscalo ya está escondiéndose entre la pinocha y que llevamos ya muchos días de abundancia que se multiplicarán con las últimas lluvias si no vienen pronto las heladas. Los gusanos a los que llaman alambre se están poniendo las botas con las setas del cardo y en alguna cocina ya hay que buscar sitio para poner todo lo que llega de la cesta. Hay que saber siempre si uno va a setas o a otra cosa cuando sale de casa. Y si no estás para atrapar setas, pues haces como el alcalde y te quedas encendiendo luces, que no todo en la vida es llenar la cesta.

viernes, 11 de octubre de 2024

Pan comido. (Audio)

 

Pan comido. (En Hoy por Hoy León, 11 de octubre de 2024)

    Es tan fácil olvidar que uno se asusta de lo pequeño que es el hueco de la memoria. Me dirás que no es tu caso, que tú tienes buena memoria, que retienes sin problemas nombres, números, circunstancias; que tienes presente lo que hace a tu vida y a los que viven contigo y que no sueles olvidarte de las citas, ni de las promesas, ni de las ofensas. De las ofensas quizá te acuerdes especialmente. El caso es que no es de eso de lo que te hablo cuando digo que me asusta lo pequeña que es la memoria porque, aún concediéndote que tuvieras esa capacidad para recordar, incluso si fueses un prodigio de la talla de Ireneo Funes, el protagonista de aquel desasosegante cuento de Borges, te seguiría hablando de la pequeñez de la memoria y la facilidad del olvido. Incluso para quien no puede o no quiere olvidar, lo más fácil es hacerlo. Lo duro es recordar.

    Es pan comido olvidar un detalle. De hecho, el pan comido es el favor que no se devuelve, que ahí parece que tiene su origen la expresión: lo fácil que es olvidar los favores recibidos, lo fácil que es no acordarse de quién nos ha dado el pan una vez que nos lo hemos comido. No lo digo a modo de queja. Parece como si me estuviera acordando de personas a las que he ayudado y que ahora no saben bien si existo. No. No es eso tampoco. Es que me paro a pensar en la fragilidad del gesto, en lo escandaloso del ruido que rodea cada instante, en la lluvia del miércoles anegándolo todo, como queriendo borrar la intensidad de los días del verano y del veranillo, la promesa de que todo va a ir bien, que los huracanes se transforman en tormentas y que damos por bueno todo lo hecho si es que sirve para evitar daños. Cayeron ramas, se desarraigaron chopos, volaron tejas y el sol del jueves lo tapó todo con su luminosidad. Alerta. Siempre alerta y luego olvido o vago recuerdo, que es lo mismo.

    Sí. Olvidar es pan comido. Basta un nuevo incienso para adorar a un nuevo dios. El pan de cada día —ese que es el nuestro— nos obliga a olvidar pronto el de cada día que ha pasado, hasta que se nos hace bola en la garganta y ya no pasa y vemos que estamos perdiendo demasiado tiempo en todo lo que nos impide masticar. Por eso, un esfuerzo: morder atento a cada bocado, masticar con total conciencia, tragar solo lo que se puede digerir. El pan de cada día no puede ser pan comido, sino pan dispuesto para comer. 

    El acto de recordar genera otro recuerdo: recuerdo que recuerdo que recuerdo que recuerdo... Una memoria perfecta no saldría del bucle de su propia perfección. El olvido no genera ese problema. Lo que nos pasa con el olvido es que la realidad nos empuja a recordar. Ahí lo tienes con la cuestión de FEVE: las administraciones pretenden mantener la cuestión en el olvido, pero las vías están ahí todos los días y hay quien las mira y dice: ¿esto va a quedar así para la eternidad?

viernes, 4 de octubre de 2024

Tener un humor de perros. (Audio)

 

Tener un humor de perros.(En Hoy por Hoy León, 4 de octubre de 2024)

    De momento pienso que lo que nos devora es la pasión por la perfección. Lo he leído hace poco en alguna parte, pero, como me permito no estar al tanto de todo, también me permito no acordarme de todo. La poesía, por ejemplo, se construye en la imperfección hasta cuando es una estructura perfecta. Quiero decir que no hay en la perfección de un soneto más belleza que la que sea capaz de sentir el lector imperfecto que lo disfrute.  Por eso pretender la perfección, en un soneto o en cualquier otra cosa, es una falsa pretensión.

    Sobre todo, porque la perfección es una construcción social que se modifica con la propia sociedad; la perfección y la belleza son una misma cosa. Podríamos añadir el bien. Perfección, belleza y bien son tres perspectivas de la misma idea y nos las hemos puesto en la diana de nuestro objetivo vital. No me digas que no, que no te creo. Igual me dices que el bien sí, pero lo demás no: te estarás engañando si haces eso y será solo un modo de explicar por qué vía eliges luchar por tu objetivo. Piénsalo despacio, aunque te parezca un lío, y verás como al final me das la razón y comprendes que lo bueno, lo bello y lo perfecto son la misma cosa. Y lo que decimos bueno, bello y perfecto aquí y ahora resulta que tal vez mañana no lo sea o puede que en Singapur sea de otro modo y lo que es más probable es que ni tan siquiera aquí y ahora sepamos ponernos muy bien de acuerdo sobre lo que es bueno, bello y perfecto. Decía algún filósofo griego que, dado que somos capaces de comparar respecto de lo bueno, lo bello y lo perfecto, debe existir una perfección, una belleza y un bien que sean absolutos con respecto a los cuales podamos establecer esas comparaciones. Solo que ese Bien absoluto no podría pertenecer nunca al universo de lo sensible, porque ahí es por donde entra el virus de la discusión, por la sensibilidad, por los sentidos, por la diferencia que tenemos cada uno a la hora de experimentar lo bueno, lo bello y lo perfecto. Y sin embargo nos hemos puesto como meta esa perfección en nuestras vidas y, como diría un visionario valenciano que conocimos, “así nos luce el pelo”.

     Esto mío de hoy es porque tengo un humor de perros y no sabría decirte por qué. Me doy cuenta de esa mala uva interior que tengo y no encuentro razones serias que la expliquen, así es que me ha dado por pensar que quizá este humor de perros tenga que ver con esa frustración visceral, esa incapacidad para el bien, para la belleza, para la perfección. Me gustaría decirme a mí mismo —y a ti, si es que también te sientes en las redes de este enfado— que es tan sencillo como poner el objetivo en algo más simple, algo que no esté tan fuera de tu mano, algo tan sencillo como, por ejemplo, pasear por el parque de San Francisco con el ruido de los camiones de comida recogido, a la luz de los globos y los colores. No es ni bueno ni bello ni perfecto, pero es; aunque tiene sus riesgos.

viernes, 27 de septiembre de 2024

Tirar del carro. (Audio)

 

Tirar del carro. (En Hoy por Hoy León, 27 de septiembre de 2024)

 

Lo ha dicho el representante de la Asociación de Carros Leoneses: llevan más de diez años planteando al Ayuntamiento de León la necesidad de modificar el itinerario del desfile de carros engalanados, pero sigue manteniéndose el tradicional. Hay cosas que se mueven mal y parece que las razones de los carreteros, aunque pudieran convencer, no son suficientes para cambiarlo. Por lo menos no este año, ni los anteriores. Veremos si en el veinticinco. De momento, desde la asociación se plantean dejar los carros en casa para el desfile de San Froilán, aunque sí que irán a la romería de la Virgen del Camino el día cinco. Pero me imagino que todo esto ya lo sabes, que ya te lo ha contado Radio León.

Ese es el asunto, que hay cosas que no son fáciles de mover. Un carro, por ejemplo. Es difícil mover un carro: se necesita un animal de tiro. Uno o varios, depende del carro, claro. En general, el universo tiende al inmovilismo, al gasto mínimo de energía, a que los estados de cosas permanezcan como están. Hasta que aparece el elemento inestable que lo precipita todo, el elemento que tira del carro para que las cosas se muevan, para que se produzca una reacción, eso que hemos llamado progreso. El progreso necesita de alguien que tire del carro y en la historia de la humanidad hemos visto muchos estados de cosas progresar. Fíjate que tenemos una leonesa que ya el veintiocho de octubre se incorpora al programa de preparación de astronautas. Una que tira del carro, ¿no te parece? Sara García, como Pablo Álvarez, son ejemplos de personas que no empujan hacia atrás, sino que tiran hacia adelante. Es verdad que estamos muy cómodos cuando tenemos todo en su sitio y no hay nada que se mueva. ¡Quieto todo el mundo! Pero no es menos verdad que el movimiento, el cambio, la transformación nos hace ser humanos. Es la eterna disputa entre el ser inmóvil parmenídeo y la fisis dinámica que observó Heráclito.

En las relaciones personales también ocurre que hace falta alguien que tire del carro para que fluyan. En los equipos de trabajo, por muy dinámicos que sean en su conjunto, siempre hay motores individuales que tiran, que provocan el movimiento, que producen lo nuevo. Los gestores de recursos humanos saben identificar a esas personas y, si no son torpes, facilitan su quehacer, salvo si lo que interesa es el control total de los procesos. En ese caso se tiende a desactivar los motores y se prefiere que los carros sigan pasando por donde siempre, que, si lo han venido haciendo tantos años, deben seguir pasando por el mismo sitio. La disputa es entre lo que queda bien y lo que es bueno. Lo que queda bien es aparente; lo que es bueno es problemático. En las relaciones de pareja también hay casi siempre alguien que tira del carro, alguien que se empeña en que las cosas sigan, que favorece el avance seguro de los carros. No es una cuestión de equilibrio, sino de fuerza; de amor, si miras bien las cosas. El amor de los bueyes tirando del carro.

viernes, 20 de septiembre de 2024

Llueve a cántaros. (Audio)

 

Llueve a cántaros. (En Hoy por Hoy León, 20 de septiembre de 2024)

     Había una canción de Pablo Guerrero que cantábamos a pleno pulmón antes de que llegase la movida de los ochenta que decía que es tiempo de vivir y de soñar y de creer. Era el verso final de una estrofa que llevaba al estribillo quizá más conocido: tiene que llover, tiene que llover, tiene que llover a cántaros.

    No es que lloviese a cántaros ayer, pero cayó lo suyo. Por lo menos en mi barrio aquí en León. Y esa lluvia fuerte de la siesta me sacó del libro en el que me había dormido, porque tenía las ventanas abiertas y entraba en la casa el agua de la tormenta. A mí sí me gusta el olor de la tierra mojada. Ya sé que es un poco cursi, pero te reconozco que me gusta, que, cuando me levanté del sillón para cerrar las ventanas, me atrapó de golpe toda esa fragancia de la tormenta y me vinieron a la cabeza los versos de Pablo Guerreo: Tú y yo, muchacho, estamos hechos de nubes. Pero ¿quién nos ata? Y es eso, que, si estamos hechos de nubes, ¿qué es lo que nos ata?

    Nos ata la propia vida que llevamos, la incapacidad para extender una alfombra hacia el exterior de nuestras rutinas. Nos dejamos atrapar hasta por nuestras aficiones. Tengo que ir al gimnasio, tengo que hacer yoga, tengo que ir a clase de pintura, tengo que, tengo que, tengo que. Te propongo un ejercicio sencillo. El lunes, cuando te levantes para ir a trabajar, prueba a decirte lo siguiente: quiero ir a trabajar. Miéntete, si es que ese es el caso. Te lo tienes que decir con convicción y con calma, con una cosa de la que casi nadie quiere hablar en estos tiempos, una cosa que se llama fe. Ten fe en esto que te digo. No pienses que tienes que hacer la compra, solamente prueba a decirte que, en ese momento concreto, quieres ir a hacer la compra. Quiero limpiar los baños, quiero estudiar con mi hija cómo se resuelve una ecuación de segundo grado, quiero ir a la consulta con el otorrino.

    Esa diferencia entre “tengo que” y “quiero” es un modo de morder la cuerda que nos ata, un modo de acostumbrarnos a tomar las riendas de lo que hacemos. “Tengo que cerrar las ventanas porque está lloviendo a cántaros” es una obligación, una acción que me veo obligado a realizar por lo que sucede. “Quiero cerrar las ventanas porque está lloviendo a cántaros”, es una decisión que yo adopto a la vista de lo que sucede. Eso es decidir que la siesta se acaba, que es muy diferente de quedarse sin siesta. Se me acaba de ocurrir, no pienses que me estoy apoyando en una teoría neuro lingüística o que he estudiado la motivación del ser humano para poder darte consejos. Para nada. Es más, ni se me ocurre dar consejos. Es solo que me parece de cajón que cuando uno hace lo que quiere es más feliz y se acostumbra a decidir por sí mismo y que si se entrena la cuestión, pues al final resulta que uno acaba haciendo lo que quiere y ya no hace nunca más lo que tiene que hacer. 

    Por cierto, que, en esto de la lluvia a cántaros, los cántaros no están en el cielo echando agua, sino en el suelo, recogiendo la que cae.

viernes, 13 de septiembre de 2024

Darle la vuelta a la tortilla. (Audio)

 

Darle la vuelta a la tortilla. (En Hoy por Hoy León, 13 de septiembre de 2024)

     Hablaba ayer con una enfermera sobre el código deontológico de la enfermería y me subrayaba dos principios básicos: el de beneficencia y el de no maleficencia. Dos principios, decía ella, que siempre la han dirigido en su labor profesional. La conversación empezó porque yo la había oído hablar con otra compañera sobre una discusión que había mantenido con otra persona que también trabaja en el mismo hospital. Vamos, por aclarar las cosas, la enfermera parecía que estaba explicando que había desobedecido una orden o una indicación de alguien de rango superior porque lo que le pedían que hiciera iba contra el código moral de la enfermería.

    Ya me vas conociendo un poco después de tantos años: no me pude contener. Sin entrometerme en el asunto concreto, sí que le dije que me parecía muy interesante lo que estaba contando y ella me explicó rápidamente eso que te he dicho, que esos dos principios son sagrados y que hasta que ella no estuviese segura de que el enfermo en cuestión se encontraba en una situación adecuada, iba a seguir prestándole atención, porque el principio de beneficencia está por encima de cualquier otra consideración. Seguimos hablando un par de minutos y le dio tiempo a contarme los principios éticos fundamentales que ella piensa que deben dirigir todas nuestras acciones y me dijo que los había aprendido de su profesor de Filosofía. Valores que deben defenderse siempre. Hizo la siguiente enumeración: el amor; la tolerancia —que es amor, dijo—; la empatía —que también es amor, reconoció—; el respeto —que no deja de ser otra forma de amor, terminó afirmando—. Vamos que, tal y como ella entiende la vida, no vale la pena hacer nada si no se hace con amor.

    Al salir del hospital me senté en una terraza para tomar un café y el camarero me puso también un pedacito de tortilla. Entiendo que lo hizo con amor, o por lo menos así lo recibí yo. La mañana era agradable a pesar del viento. La gente iba y venía a sus quehaceres mientras yo estaba detenido en mis pensamientos: la enfermedad, el bienestar, el cuidado, la atención. Entonces la vi revoloteando alrededor de la tortilla. La avispa se movía en círculos cada vez más estrechos y se alejaba un poco cuando alguien pasaba cerca de la mesa. En esos momentos aprovechaba yo para comer sin quitarle el ojo al insecto. Era un juego como del escondite inglés. Yo comía cuando se alejaba y así me la pude ir terminado. Le dejé unas migajas en el plato y lo puse lo más lejos que pude de mí. Enseguida apareció de nuevo y creo que algo debió de comerse, aunque se veía que no estaba nada cómoda. Pensé si dejarle un poco de comida a la avispa había sido un acto de amor o de soberbia. Pensé en eso, en las migajas que picoteamos como si fueran un manjar. Migajas emocionales la mayoría de las veces. Creo que debería haber pagado yo los cincuenta céntimos esos que le cobrará el ayuntamiento al dueño del bar por tener una terraza. Disfruté mucho el momento. Quizá debería hacer un pago progresivo. No sé. De golpe tanta felicidad puede que haga daño.

viernes, 6 de septiembre de 2024

Lugar común. (Audio)

 

Lugar común. (En Hoy por Hoy León, 6 de septiembre de 2024)

El verano entero se encierra en una frase hecha; hablar del verano, de las vacaciones, de los viajes, es un lugar común que se monta sobre la suma de una serie indefinida de lugares comunes: ha hecho más calor que ningún año; hemos visto más medusas que nunca; traigo arena hasta en el cepillo de dientes; la casa rural era súper cómoda y estuvimos fenomenal. Y el mosquito del Nilo y la toxina del mejillón y el chuletón que nos cominos en aquel sitio y los paisajes y el aeropuerto y la maleta que se pierde y el tren que nunca parecía que fuera a llegar.  Y el cableado de las calles en la India o la serenidad del templo Senso-Ji cerca de Hiroshima.

Lo bueno del lugar común, aunque sirva para un roto lo mismo que para un descosido, aunque no aporte nada nuevo a lo que se está hablando, es que nos permite reconocernos en él, dejar que nos sintamos cómodos. Precisamente esa es su virtud y por eso lo usamos y creo que en ese estar a gusto con lo trivial, con lo sabido, ponemos de manifiesto nuestro deseo de vuelta a casa. Es un lugar común y hay muchas personas que lo dicen, aunque no es mi caso: lo mejor de las vacaciones es volver a casa. La casa, ese lugar común.

Este verano he vuelto a jugar al parchís. Me parece una alegoría de muchas cosas: eso de caer exacto, salvar el requisito de sacar un cinco para poder salir, hacer una barrera para que los demás no pasen. ¡Contarse veinte! Y, finalmente, meter todas las fichas en casa para ganar. La casa siempre al final, como el premio último. El lugar común en el que nos encontramos. Por el camino una lucha por comer y no ser comido —otro lugar común—, un desembarco de inquinas y carreras que, en ocasiones, pueden degenerar en conflictos, pero que, en mi caso, en las pocas veces que jugué, se resolvieron en risas, las risas de la casa, del estar en casa, del compartir con la gente de la casa. La casa, el bienestar de la casa, el lugar común. Otro asunto es lo de la oca, que ahí no hay manera de ponerse de acuerdo ni sobre las normas. Es la otra cara del tablero. Me parece más la calle. Será por los dibujos, los puentes, la posada, el pozo, la cárcel. El laberinto. Y casi al final, unos pasos antes del lago de la victoria, la amenaza de la muerte.

Usamos el lugar común para identificarnos. Pedimos en el bar un Prieto Picudo o simplemente un clarete. Decimos un Bierzo o un Rioja o un Ribera. Es raro pedir la marca cuando no estamos a la mesa del restaurante. Es un lugar común decir que el Ribera tal o que el Rioja cual. Y tú, que bebes blancos, ya nunca pides verdejo, porque eres de “godello” y esa es tu casa cuando quieres un vino. Solo que ahora parece que te pudieran meter gente en casa y lo mismo te dan un vino de Rueda si solo dices godello. Tendrás que aprenderte la marca de algún vino de Valtuille y pedirlo con total precisión. Como si tuvieras que sacar un cinco para salir del corral.

domingo, 23 de junio de 2024

Vis vitalis. (Audio)

 

Vis vitalis. (En Hoy por Hoy León, 21 de junio de 2024)

La idea de que somos algo diferente del resto de lo que existe se derrumbó desde el punto de vista de la química a principios del siglo XIX, cuando un químico alemán fue capaz de sintetizar la urea en un laboratorio. Hasta entonces se había pensado que los seres vivos poseen en su composición una fuerza vital, una vis vitalis, que los hace diferentes del resto de los seres. Esta vis vitalis, presente exclusivamente en los seres vivos, sería la clave para distinguirlos de los seres inertes, a pesar de la dificultad que se sigue del hecho de que esa mencionada fuerza sea algo imposible de observar.

La importancia de la síntesis de la urea en un laboratorio reside en que todos los compuestos químicos, sean orgánicos o inorgánicos, proceden de la combinación de los llamados elementos químicos, sin la necesidad de la presencia de esa fuerza vital tan misteriosa que dio origen a una corriente científica conocida como “vitalismo”. Pero el “vitalismo” ya no es una corriente científica. Desde el punto de vista de la química los seres vivos y los seres inertes son la misma cosa: combinaciones posibles a partir de lo que hay. Si esto es así, si en esencia los seres vivos y los seres inertes son la misma cosa, qué decir de un senegalés y uno de Villaquilambre.

Y si hablamos de la capacidad de generar organismos vivos en un laboratorio, me dejó impactado la noticia de hace unos días que contaba que, en un hospital de Sevilla, se practica el injerto de piel artificial como un tratamiento normalizado. “Como un medicamento”, dijo uno de los pacientes que había participado del tratamiento experimental, que ya no lo es. Así es que la diferencia de la piel ya me contarás en qué consiste. Me imagino a los cirujanos con una paleta de colores preguntando al paciente el tipo de piel que le gustaría tener. ¿Te imaginas? Color de piel a la carta, el sueño de Michael Jackson.

Así es que no. No podemos admitir que haya diferencias en estas cuestiones fundamentales, porque se caen por su propio peso. No obstante, me gustaría volver a la cuestión de la vis vitalis: ¿y si realmente existiera esa fuerza inexplicable que otorga vida? Se me abre un enorme abanico de preguntas. ¿De dónde procede? Si no procede de ninguna otra realidad, ¿cómo llega a ser? ¿En qué medida está presente en los seres vivos? ¿Hay seres vivos con más fuerza vital que otros? ¿Se agota esa fuerza vital, se gasta? ¿Podemos tener el control sobre ella? Ahora que empieza el verano y que vienen las fiestas en León, ¿puedo hacer un acopio extra de fuerza vital para derrocharla en este tiempo de fiesta y vacaciones?

Fíjate que me da por pensar que esos vitalistas del siglo XVIII y principios del XIX no estaban tan equivocados. De hecho, autores del siglo XX han seguido manteniendo el vitalismo, si bien más desde la filosofía que desde la ciencia; la postulación de la vida como principio fundamental de la realidad. La idea nietzscheana de que la vida es el criterio de verdad.

Quo vadis. (Audio)

 

Quo vadis. (En Hoy por Hoy León, 14 de junio de 2024)

    Isabel, la sexta de una larga saga de Isabeles, estaba jugando en el jardín de la urbanización cuando todavía era casi un bebé y cada vez que alguien se iba en dirección a la puerta de salida le preguntaba con su media lengua de poco más de un año: “¿ae vah?”. ¿Dónde vas? Ahora ya ha crecido, ya es casi una adolescente, pero sigue teniendo esa curiosidad que dijo Aristóteles en el origen de la filosofía: asombro, curiosidad y memoria.

          El asombro se mece en la mirada de las mentes despiertas. Hay mentes despiertas y cerebros adocenados. Me duele decirlo, porque creo en la igualdad de partida de todo el género humano, aunque tiene que corregirme todos los días la realidad, porque esa igualdad es, como poco, una igualdad en la diferencia. Lo que me parece obstinado y absurdo es mantener todavía la idea peregrina de que las personas pueden tener derechos solo por haber nacido por encima de determinado paralelo y que esos derechos, hasta en lo más esencialmente humano, se le puedan negar a otras personas solo por haber nacido más al sur en esa convención nuestra del norte y el sur, que no deja de ser una manera supremacista de ver el globo terráqueo. El mundo puede estar boca abajo y nadie se cae, tú ya me entiendes. El asombro, decía. La capacidad para ver con la mirada de una niña de poco más de un año y preguntar. Siempre preguntar. Tras el asombro, la curiosidad. Quo vadis domine.

          La curiosidad es genuinamente humana o tal vez no. No sé decirlo. El miércoles en Tula Varona había tres niños en una firma de libros. Estoy seguro de que no se enteraban de nada de lo que se decía, pero los tres, dos niñas y un niño, se dejaban arañar por las palabras y los gestos y encendían la curiosidad sobre lo que estaba pasando. Música, palabras, risas: un juego de lámparas reflejando los lomos de los libros, las palabras escritas en tiza en los perfiles de los estantes, la semilla de la curiosidad. Hay momentos mágicos en los que se detiene el tiempo y el movimiento y no hay espacio para preguntar: ¿a dónde vas? Lo he visto otras veces. Niños inquietos detenidos en el silencio de la música y las palabras. Asombro, curiosidad y también memoria. ¿Ae vah?

          Esa pregunta muerde. ¿Hacia dónde vamos? ¿Hacia dónde nos conduce todo este bienestar en el pensamiento que no permite el asombro ni la curiosidad? Más inteligencia artificial que nos ahorre procesos que no son ya solo procesos de memoria. ¿Cuántos números de teléfono te sabes desde que usas el móvil? ¿Por qué te acuerdas todavía de números de teléfono fijo que ya no usas? ¿En qué ocupas todo lo que has dejado vacío en tu memoria? Acuérdate de todas esas historias que nos explican, porque lo que ha pasado hoy no es porque sí y lo que pasará mañana, tampoco. No pierdas la perspectiva. La pregunta se responde también en la memoria, en el asombro, en la curiosidad. Isabel VI, quo vadis.

viernes, 7 de junio de 2024

Nulla victoria. (Audio)

 

Nulla victoria. (En Hoy por Hoy León, 7 de junio de 2024)

    En una serie de televisión que me ha recomendado mi hija dice el protagonista que el lema de su familia es “Non sine pericolo”. Yo no sé mucho latín, pero apuesto a que ese lema no es muy ortodoxo. En cualquier caso, habla de algo que me interesa: la idea de que, en general, los éxitos que alcanzamos no son posibles sin riesgo. Nulla victoria sine sacrificio est. En estos días en los que tenemos el ajedrez por toda la ciudad, advierte esta máxima en la que se nos recuerda que en toda victoria debemos asumir el riesgo de la pérdida. Enfrentarse a cualquier obstáculo comporta un riesgo que debemos asumir y en ocasiones hace falta un sacrificio de dama para alcanzar una posición ventajosa.

    Diría que lo que cuenta es ajustar el sacrificio. En el ajedrez es fácil. No importa la calidad de la pieza que sacrificamos si eso nos permite una ventaja frente a nuestro adversario. En la vida ese principio es, desde mi punto de vista, inadmisible, porque la vida no pretende un jaque mate al contrincante. Por eso no vale todo en las guerras, por eso no es asumible cualquier sacrificio, por eso, en muchas ocasiones, perder es ganar, porque lo que habría que hacer para poder ganar es moralmente inasumible y es preferible perder.

    Pero déjame que te hable de algo que estoy viviendo estos días muy de cerca. Verás, uno se da cuenta de que cada decisión que toma comporta un riesgo, pero de lo que no se da cuenta uno es de las pocas decisiones que realmente toma. La mayoría de las decisiones que crees haber tomado te han venido dadas: siempre has hecho lo que te parecía natural. Lo natural era estudiar eso que estudiaste o directamente empezar a trabajar lo antes posible, porque era lo lógico en tu caso, como fue lo lógico después, tal vez, tener una pareja, educar unos hijos, atender todo lo que la lógica de tu responsabilidad te ha obligado a atender. Y se te ha metido en la cabeza con tanta fuerza que eres tú quien ha tomado esas decisiones, que hasta te hablas diciéndote que no has hecho otra cosa que cometer errores.

    Para cometer errores necesitas tener la oportunidad de decidir y esa oportunidad que tú ves tan clara, yo no la veo. Fíjate que yo también he hablado mucho de mis errores y creo que ese sí que es un error fundamental. Me lo está haciendo ver ahora esta idea de que no hay victoria sin sacrificio y que el riesgo está en lo que hacemos, solo que no termino de encontrar la responsabilidad. Es lo que pongo de mí, lo que me quito, lo que sacrifico para que lo que me preocupa mejore, lo que me da la victoria.

    Pero mira una cosa, las palomas mensajeras nunca llevan mensajes: solamente los traen. No saben ir, solo volver. Para que una paloma traiga un mensaje hay que llevarla primero al lugar desde el que nos vendrá. Alguien la tiene que sacar para que vuelva al palomar y traiga las noticias que se esperan. Es una jugada de ajedrez. Una jugada maestra: ir, para poder volver. No sin sacrificio

viernes, 31 de mayo de 2024

Motu proprio. (Audio)

 

Motu proprio. (En Hoy por Hoy León, 31 de mayo de 2024)

    Tengo que plantearme que el día de hoy es una oportunidad, no puedo verlo de otro modo. Ya te vas haciendo a la idea de que me tocan cosas que no me gustan y que me digo que es algo que asumiré, de manera que puedo plantearme que ese quehacer no deseado se transforme en una oportunidad, pero, una oportunidad, ¿para qué? ¿Qué se entiende por tener una oportunidad? Es más, cabe preguntarse si no será una oportunidad cada segundo de tu vida.

    Por ejemplo, puedes aprender que Venus es el único planeta del sistema solar en el que el sol sale por el oeste, porque gira al revés que todos los demás, una oportunidad de aprender que no esperabas cuando te sentaste esa tarde a ver la televisión porque tu cuerpo no te dejaba hacer otra cosa que quizá te apeteciese más. O no. Pero ahí estuvo la oportunidad de aprender y lo hiciste sin la intervención de tu voluntad, solo porque se dio la situación. La cuestión de la voluntad es casi un misterio para mí. Voluntad y oportunidad. Tener voluntad de hacer, tener oportunidad para hacer eso que está en nuestra voluntad, pero ¿de dónde viene esa voluntad? ¿Responde a una necesidad interna? ¿Cómo se conforma esa necesidad? ¿Realmente lo que decimos que queremos es lo que queremos? Quiero decir que intervienen tantos factores en nuestra voluntad que no me atrevo a decir que cuando escribo esto que escribo lo haga por propia voluntad en el sentido de una voluntad absoluta que surge de mi interior, de mi intimidad. Por el contrario, veo que la mediatización de nuestras decisiones es tan constante que nuestra vida es una construcción desde la alteridad: es todo lo otro lo que nos arma, como si fuésemos pequeños mecanos fruto de la interacción social, el ambiente, la circunstancia digital en la que nos desarrollamos, la historia, el márquetin, los partidos de fútbol con gritos insoportables en voz de pito, las pipas que algunos escupen, las hadas y los elfos, el río y sus ranas, los grillos, la maternidad, la soledad, el elixir y la marca de desodorante. La espuma del mar. El olor poderoso de tu piel. Nada que hacer si no es por todo lo otro. Pero con todo eso, no te dejo que justifiques lo que no se puede justificar.

    Hablo de la noticia de este lunes, de la reducción de la condena por violencia sexual a un joven leonés con el argumento de que la niña de doce años que había sufrido estas agresiones vivía en un contexto social en el que este tipo de relaciones entre personas menores de edad es considerado normal. La idea de que está en la voluntad de una niña de doce años tener tres hijos con un chaval un poco mayor que ella me hace pensar en eso que te digo: que uno nunca está totalmente seguro de que eso que hace por propia voluntad responda absolutamente a una voluntad propia. Si además me veo en la tesitura de pensar que esta circunstancia pueda ser una oportunidad, te darás cuenta de mi perplejidad ante la presión que siento sobre lo que toca hacer en este día tan señalado para mí. No lo tengo nada claro. Ya lo ves. Lo que sí puedo decir es que, si hay que asumir circunstancias objetivamente horribles como oportunidades, por lo menos no pidas que lo haga motu proprio. Permíteme un gramo de rebeldía.

viernes, 24 de mayo de 2024

Ex libris. (Audio)

 

Ex libris. (En Hoy por Hoy León, 24 de mayo de 2024)

    Me encantaba el ex libris de Naná, mi amiga zamorana a quien descubrí en tierras gallegas, pero quizá deba decir que más que el sello mismo, la marca, creo que es el modo en el que su inteligencia se echaba a nadar entre los libros y el cuidado con el que los trataba, si bien es cierto que ella trata todas las cosas —y especialmente a las personas— con ese cuidado especial. Recuerdo vagamente el dibujo, pero no se me escapa la sensación de belleza. Es esa cosa, esa manera de saber que algo es hermoso, a pesar de no tenerlo bien definido en la memoria. ¿No te pasa a ti, que tienes destellos fugaces de personas, paisajes, momentos hermosos que no sabrías describir con exactitud?

    Yo nunca he marcado mis libros con un ex libris. En otro tiempo solía escribir la fecha en la que los compraba o en la que llegaban a mis manos a modo de regalo, también los firmaba en señal de propiedad o escribía una frase que me recordarse el momento y la situación en la que lo compraba. Yo que sé, algo así como: Cuesta de Moyano, bajo una tormenta inesperada de una tarde de junio. Hace ya mucho que no lo hago y hasta me parece que con la irrupción del libro electrónico es una costumbre que se perderá, digo yo, y que se hará imposible y eso que, de alguna manera, te diría que es algo que me gusta, no tanto por señalar la propiedad, que no es eso, sino por la manera de singularizar un objeto que es una copia entre miles. Singularizar una entidad entre miles. Generar belleza es, creo yo, la manera exacta de singularizar.

    Parece que el sentido de la expresión ex libris, o mejor que sentido —por si leyera esto Naná vamos a diferenciar entre sentido y referencia— el significado literal es “de entre los libros”, no sé si como algo que surge de entre los libros o como el modo de singularizar un libro de entre los libros; aquí ya discutimos sobre la cuestión del uso y sobre el significado de la palabra significado —y ya van dos referencias a la filosofía del lenguaje y no era por ahí por donde yo quería irme—; vamos, que la cuestión de hoy está entre los libros, porque, a estas alturas de la semana tienes que saberlo de sobra, está en Ordoño la Feria del Libro de León y el comentario de hoy tenía que ir de eso, de los libros y, como ha salido la cuestión de la propiedad de los libros, también me apetecía hablar de eso, de la propiedad, de lo propio y de lo apropiado. Fíjate qué bonita aquí la palabra apropiado con dos usos tan dispares: lo apropiado entendido como lo correcto y lo apropiado entendido como eso que no te pertenece y de lo que te apropias, no voy a decir robado, aunque valdría, ¿no? Pues no. Fíjate que si hablamos de libros yo creo que no. Creo que los libros siempre quieren ir con quien los entiende y los necesita, que cuando prestas un libro y no te lo devuelven, no te lo roban, ni siquiera te lo guardan, es que ha buscado otros ojos, otro lugar mejor en el que estar. En esto soy yo muy de Carvalho y, aunque no me atrevo a hacerlo, creo que los libros que más nos gustan son los que especialmente deberíamos quemar, para inmortalizar ese brillo del momento en el que das la vuelta a la última página, cierras la tapa y se te queda entre los dedos esa magia de haber participado de algo excepcional.

Salutem plúriman. (Audio)

 

Salutem plúriman. (En Hoy por Hoy León, 17 de mayo de 2024)

    Imagina un vendaval que te levantara, que te sacara del suelo, que te llevase por el tobogán de las ilusiones y de los deseos y te separase unos cuantos pies de la tierra, que te alzase así, utilizando esta medida anglosajona mejor que nuestros metros, y te elevase girando en el ojo del tornado hacia el gran camino de baldosas amarillas.

    Imagina un modo de llegar nuevo a los lugares de siempre, imagina esos rostros familiares transformados en los personajes de un cuento. Contempla la posibilidad de aprender que lo mágico se toma de lo cercano y que al final del camino si esperas una enorme fantasía solo encontrarás una espantosa desilusión. El Mago de Oz es un fraude, ya lo sabes desde que te hiciste mayor, aunque entiendes que ese mundo de magia está contigo y lo despiertas cuando eres tú y no lo que se espera de ti, cuando detienes el tiempo y no te dejas arrastrar por él, cuando manejas la cucharilla en el café para extender el sorbo y no para enfriarlo rápido y poderlo beber deprisa.

    Imagina que paseas por las calles que están detrás de la catedral, que te dejas ir en ese paseo hasta las calles que desbordan el Húmedo hacia el barrio del Egido, que te detienes en alguna de esas plazoletas, con sus terrazas, que te sientas a una mesa, quizá en el interior de algún bar, pon por ejemplo el Bellas Artes, para cobijarte de ese viento tonto que se ha levantado y que te hace pensar en momentos mejores en los que la terraza será una delicia y observas la manera en que la tarde tranquila se desvanece en las conversaciones de personas que se entienden en idiomas diversos, idiomas que se hablan con el cuerpo y con los gestos, con las palabras también, claro, pero imagina que tú no las oyes porque estás en tu momento de magia y todo te llega como un rumor que se explica solo, que reverbera, un rumor que te permite el don de la clarividencia para comprender todas las conversaciones y las emociones de esa niña que escapa de las manos de su madre y el desencanto de esa muchacha que busca a alguien en las sillas y no lo encuentra.

    Imagina que has pensado que hasta podías haber tenido un infarto por todo lo que tienes encima, por todas esas cosas que te agobian y que te sacan de los pelos como esa bruja mala del oeste, que te levanta fuera de ti o que te entierra seis pies bajo tierra. Pero estás desmigando ese pedazo de bizcocho que no termina de gustarte y cuando sales a la calle y pasas junto al comedor social que hay allí al lado ves a todas esas personas que están en la calle esperando la cena y no es que pienses en ellas o en ti, es que comprendes la situación real y pasas junto a la cisterna que hay al lado del aparcamiento de San Pedro y entiendes que todo permanece, como esas marcas de las vigas en las piedras.
    
    Imagina que entras de nuevo en tu vida como don Gay en Luces de Bohemia cuando va a ver a Zaratustra y dices salutem plúriman para que todos sepan que tu presencia es necesaria.

Quod natura non dat. (Audio)

 

Quod natura non dat. (En Hoy por Hoy León, 10 de mayo de 2024)

    Lo que la naturaleza no da, la universidad -Salamanca en el dicho- no lo otorga. Me gusta la sonoridad de ese quod natura non dat, que cae como una pedrada en la esperanza de una modificación profunda de las personas a través de la educación y que fortalece la idea de que esta no puede ir más allá de un ligero modelaje: hay quien dice que todo lo esencial lo aprendemos en el primer año de vida; que hasta los cuatro años organizamos nuestra percepción del mundo y que antes de los doce construimos nuestro sistema de creencias, de manera que a partir de esa edad ya es muy poco lo que se puede modificar: Salmantica non praestat.

    A esta hora en la que escribo, todavía no se sabe el resultado de las elecciones en el rectorado de la Universidad de León. Más allá de las disputas, entiendo que en la universidad lo que queda es precisamente eso, el debate, porque el debate genera progreso y me parece mucho más sano que lo que ha ocurrido en Salamanca en donde solamente se ha presentado el hipercitado profesor Corchado. Precisamente en la Universidad de León se está alimentando un movimiento de protesta contra la guerra en Palestina, no sé si al hilo de las protestas en las universidades americanas o por la sencilla fuerza de las cosas. El caso es que hay una convocatoria para una asamblea abierta que debe estar teniendo lugar ahora mismo en una explanada del campus, porque la universidad se moviliza contra el horror.

    Ayer, el director de Televisión de León me habló de su experiencia en Ucrania y me mostró un vídeo que había tomado con el móvil en el que se podía ver un cementerio en el que estaban enterradas personas de menos de treinta años que habían muerto solo en el último año. Un cementerio con más de siete kilómetros de longitud. Una explosión de banderas y desgracia. Me enseñaba, orgulloso, la foto del batallón León, que dentro del ejército ucraniano lucha portando la bandera del reino. Y uno piensa que las cosas que le pasan son importantes. Es necesario aprender que los dramas auténticos, los problemas verdaderos, están escondidos en rincones oscuros del cuerpo y del alma y lo mismo te llegan por una fotografía, por un vídeo, por un informe del médico o por una llamada telefónica. Uno está tan tranquilo y de repente suena el teléfono y hay un mordisco en la regularidad de las cosas y te llega esa noticia que dices que es lo peor que te podía pasar y hay un intento de hacerte responsable de eso que pasa, como si alguna vez hubiera estado en tu mano evitarlo y tú sabes bien que la naturaleza es terca y sangrante y que tu acción no modifica sustancialmente las cosas. Es de naturaleza, por su naturaleza, en cuanto a la naturaleza y no dejes abierta ni la fisura más fina en esa solidez emocional, porque lo importante tuyo y mío no es nada en comparación con lo importante de otros. Por eso creo que todo problema debe ser abordado desde su propia naturaleza, sin darle más importancia, sin permitir otra verdad. No podemos hacernos responsables de todo.

    Estoy en el AVE llegando a Segovia mientras termino esta frase. Veo a la mujer dormida que mira el cielo en el horizonte y pienso que está en su naturaleza actuar como actúa y saber ser tan generosa en su rocosa emoción.

viernes, 3 de mayo de 2024

Amor omnia vincit. (Audio)

 

Amor omnia vincit. (En Hoy por Hoy León, 3 de mayo de 2024)

    Hoy que es San Felipe, me apetecería darle vueltas a algún asunto que fuese verdaderamente real, y no caer en esa retórica que suele ser de mi gusto y que en muchas ocasiones me saca por el fango de la imaginación, esa otra máquina. Y ya en la primera línea me encuentro con una dificultad sobre la realidad por la cuestión exacta del Felipe que se celebra. ¡Hay más Felipes en el santoral que este del tres de mayo! Pongo por caso el del día veintiséis, que es San Felipe Neri y que lo mismo es más celebrado que el del apóstol. ¡Ay, Felipe de mi alma!, se cantaba en la zarzuela y quedó para exclamación futbolera, desde el famoso gol de Iniesta, la réplica del galán: ¡Mari Pepa de mi vida! ¡Si tan solo en ti pensaba noche y día!

    Un asunto real pudiera ser una cuestión deportiva. De hecho, muchos clubes deportivos llevan la palabra “real” en su nombre y diría que enfocar las cuestiones de la realidad con espíritu deportivo nos ayuda a afrontarlas y pelearlas en una actitud más creativa que la alternativa bélica: prefiero disputar un partido hasta el final que librar una batalla hasta sus últimas consecuencias, como prefiero ser árbitro antes que juez. Pero sí, esta idea del talante deportivo —como se entiende ser deportivo en el rugby o en el tenis por hablar del pleno y el nulo contacto entre contendientes— es un modo de afrontar la realidad que me sugiere progresos. La idea de deportividad, antes que la de… ¿Te quieres creer que me cuesta encontrar un antónimo de deportividad? Lo que pasa es que el propio deporte está perdiendo la deportividad y está ganando terreno cada vez más el fanatismo, que no lo he escrito como opuesto a deportividad, porque no lo es, porque el fanatismo es otra cosa. El fanatismo es un cáncer que destruye todo.

    La visión deportiva de lo real se contamina de fanatismo y nos encontramos en ese fanal que encierra la idea que uno tiene frente a la que pueda venir de cualquier otro. Ese es el territorio de la guerra. Heráclito hablaba de eso, de la guerra como motor en la lucha de los contrarios, pero, a pesar de su mal humor y de su eterna mala uva, yo creo que tenía una visión deportiva de esa lucha, una visión desde el equilibrio, desde la razón, el logos, —que en griego significa también medida—. Fuego que se enciende según medida y que se extingue según medida. Fuego eterno. Lucha deportiva.

    Felipes del mundo, caed bajo el mismo nombre. ¡Uníos! Pasa con las Urracas, que las hubo que fueron reinas y que fueron infantas, que las hubo reinas temerarias y consejeras reales, pero todas las de esa estirpe, leonesas. No me queda claro si hubo Urracas castellanas. De eso te aseguro que no tengo ni idea. Lo que sí que es cierto es que Urraca I fue una reina leonesa. ¿Hacer de esto una cuestión de estado? Puede ser. El estado de cosas nos conduce a una polarización tan exagerada en todos los debates que el cáncer del fanatismo anula toda razón. Pero hay algo que el fanatismo no contempla y es que el amor todo lo puede, incluso la ponzoña cancerosa de lo irracional.

viernes, 26 de abril de 2024

O tempora, o mores. (Audio)

 

O tempora, o mores. (En Hoy por Hoy León, 26 de abril de 2024)

    Ocurrió en el bulevar de Lancia el último día de la primavera anterior al invierno que nos puso el viento que soplaba desde Villalar. Hubiera pasado desapercibido para cualquiera, porque las cosas mínimas no son importantes o parece que no son importantes, como si no fuera una verdad aplastante que es en lo mínimo en lo que construimos lo máximo y que lo mínimo es parte de lo máximo, pero lo máximo no puede serlo de lo mínimo. Mínimo el deseo: ¡quiero irme a casa a leer! Máxima la disputa: pero, qué va, no, con el día que hace es mejor ir al parque a jugar. No, papá, yo quiero irme a casa a leer.

    Parece ser que el niño quería leer un libro de Asterix que acababa de encontrar en la Biblioteca Municipal. A cuatro pasos, en Santa Nonia, en una mañana sin clase en el puente de la fiesta de la Comunidad, el día antes de la fiesta esa que no termina de ser fiesta, el niño cambia una mañana de juegos en el parque por devorar una historieta de Asterix. No le gusta a todo el mundo Asterix. Los hay más de Tintín o de Mortadelo o del Jabato o los hay también de cero cómics, negadores del TBO. Hay devotos de Tulio, de Corto Maltés, de Spirit. ¡Cómo me gustaban —y me siguen gustando— los dibujos de Will Eisner!

    El caso es que el niño pelea por leer y esa es la noticia mínima que recojo y la pongo junto a otra estampa, una que me llega de hace casi veinte años; la imagen de una muchacha que se deja caer en el pupitre y se esconde debajo de la melena y que protege con su cuerpo unos folios que tiene entre los apuntes de la asignatura y me deja leer y me pregunta y yo veo que no es solo que escriba bien, es que es literatura lo que escribe.

    La fuerza de oír a un leonés en su discurso de aceptación del Premio Cervantes el día de los Comuneros —el niño que lee, la muchacha que escribe— me hace pensar que este es un tiempo todavía de posibilidades. Ayer, dentro del programa de actos para celebrar el quincuagésimo aniversario del IES Antonio García Bellido, el profesor Óscar García Fernández, con su análisis de construcción perfecta y, en mi opinión, ajustadamente desequilibrado en favor de mis gustos, me trajo a los ojos de la memoria la presencia de la muchacha que escribe. En una conferencia que tituló “Algunas reflexiones en torno a cuatro poetas leonesas del siglo XXI” me dibujó los arañazos que el tiempo ha ido dejando en mi coraza, porque una de esas poetas es aquella muchacha que sacaba dieces y escribía. Esa muchacha es Sara R. Gallardo cuya voz firme y madura desde siempre me toca espesas pesadillas y me saca de ellas como un verso de Colinas con el que arrancaba Óscar: “Me he sentado en el centro del bosque a respirar”.

    De las aventuras del irreductible galo una de mis preferidas es Asterix en Córcega. No sé si te acuerdas de que en ella hasta el pirata Baba desde su altura se salta las normas y le quita a Patapalo el latinajo para exclamar con su media lengua: O tempora, o mores.

martes, 23 de abril de 2024

Dura lex. (Audio)

 

Dura lex. (En Hoy por Hoy León, 19 de abril de 2024)

    Hay algunos días que se convierten en pistas de hielo, pistas inclinadas imposibles de remontar. No sé si te acuerdas de aquellas vajillas de color verde o ámbar que había en todas las casas en las que el reborde del plato, en especial del plato hondo, tenía una forma curva que hacía resbalar cualquier clase de alimento hacia el interior. Así me sentía ayer, como una lenteja resbalando en un plato de Duralex, un resbalar lento, recogido, pero imparable. Hay algunos días que son así. Y no es que pensara que el trabajo o las relaciones, las responsabilidades, algo de eso, me hicieran sentirme mal o que el cielo estuviera gris o algo semejante, que ya viste el día tan precioso que tuvimos en León, la tarde luminosa, la temperatura fresca, pero agradable: un día para disfrutar. Ya ves. Y yo, como una lenteja chapoteando en el caldo.

    Razones puede uno encontrar las que quiera, pero cuando el mundo es un plato hondo imposible de remontar no valen las razones y esa es una lucha que mantengo desde hace mucho, que no es la razón la que determina el bienestar. No. No estoy hablando de enfermedades, no quiero mezclar. Cuando hablo de esta dificultad Duralex, no estoy hablando de depresión, no debemos mezclar las cosas porque la enfermedad y la tristeza no son sinónimos y no se puede, creo yo, confundir lo uno con lo otro. Este martes, sentado en una sala de espera, observé a los pacientes que esperaban para ser atendidos por otro médico que no era el mío. Me dio por pensar que quizá fuesen personas con algún tipo de enfermedad mental, indistinguibles absolutamente del resto de personas que esperábamos. Yo no lo podía saber. En las puertas de las consultas no estaban los nombres ni las especialidades de los médicos. Miraba a esas personas que esperaban, como yo, y me preguntaba si ellas mismas pensarían de mí qué clase de enfermedad padezco. Es un juego de espejos en el que a nadie le gusta mirarse, porque el problema siempre está en los otros, y no nos damos cuenta de que precisamente nosotros somos los otros de los otros.

    Y el caso es que jugamos a la lotería. Participamos en sorteos en los que pagamos por una ilusión de probabilidad más que escasa y nos cuesta aceptar que nos pueda tocar el premio del sorteo gratuito de la enfermedad. Miramos a los otros pensando que es cosa de ellos y dejamos nuestras cosas en el borde del plato de Duralex, resbalando con la ilusión de que se fueran a sujetar por un arnés invisible. Y el caso es que si la lenteja se queda pegada es porque está seca, así es que más nos vale resbalar. Es esa ley de la probabilidad implacable de la genética, la dura ley de la probabilidad que nos señala en todo este proceso que llamamos vida. En mi casa los platos de Duralex no eran de colores. Creo que eso del ámbar y el verde fue de tiempos más modernos. Lo nuestro siempre fue la transparencia. Y las ondas en el reborde, para conseguir una ilusión de salvación y eso que siempre hemos sabido que la ley es implacable. Dura lex, sed lex.

viernes, 12 de abril de 2024

Vademécum. (Audio)

 

Vademécum. (En Hoy por Hoy León, 12 de abril de 2024)

    Por un capricho de los gérmenes me oyes hoy con esta voz mocosa, bendito malestar. Siento que esta posibilidad que me da mi naturaleza de saberme enfermo es el modo en el que la propia naturaleza, en general, me advierte de la necesidad de estarme quieto, la conveniencia de que me quede quieto para el modo en el que deben fluir los acontecimientos en los próximos días. Y dirás, ¿qué narices es eso que dices que va a ocurrir en los próximos días? Pues verás, no tengo ni la más remota idea. Es más, entiendo que es imposible saberlo, pero sí que me doy cuenta de que hay una campanita interior que me manda parar. ¿No te ha pasado nunca? No, claro, tú no puedes parar. Como dice Héctor Escobar, nadie puede parar. El caso es que yo me vuelvo a buscar en los entresijos del rastro de los pañuelos de papel que voy dejando por donde paso y veo una señal que me acompaña. ¡Chico, para!

    Y como resulta que ya hemos dicho que no hay nada en la naturaleza que sea ajeno a todo lo demás, ese “para” que me grita mi cuerpo es tu parar, pese a la aceleración implacable de los días, pese al modo en el que trabaja el escáner de situaciones mirando por debajo de lo que pasa. Ese no poder parar. A mi madre le pasa. Si hubiera nacido en este tiempo, su condición habría tenido un nombre, unas siglas exactas que la habrían marcado y eso que, como dijo la directora del Bellido en el acto de celebración del quincuagésimo aniversario del centro, “las etiquetas se despegan”. Y es verdad que no hay nada como despegar etiquetas cuando hablamos de personas. ¿Ves? Ya estoy otra vez con ese runrún que no puede parar. Y el caso es que quiero detenerme en este sol de primavera que me ha puesto malo, que eso decía mi padre, que estos cambios de temperatura tan bruscos son los que te enferman.

    Parar en un momento hermoso. Pon por caso esa foto del miércoles en El Albéitar, en la presentación de Ese chico de la radio; pon por caso las voces de Los Modernos, presentando una canción que se llama Ese chico de la radio; pon por caso las palabras afectuosas de Joaquín Revuelta, poniendo en valor un libro que se llama Ese chico de la radio. Parar en un momento hermoso es mirar todo lo que va con uno, ese vademécum que nos acompaña. Lo que camina conmigo, ¡qué etimología más bonita para esa palabra en la que está escita la sanación! Todo eso que va conmigo, lo que meto en el cartapacio que contiene los papeles de la escuela, el libro ligero y manejable que llevo conmigo para consultar cuestiones fundamentales. Esas que no se encuentran en las búsquedas de Google, esas que están escritas entre risas y lágrimas, esas que llevamos en la carpeta de cartón azul de gomas atadas en las esquinas, que se nos ven por debajo de cada mirada, que son el libro que contiene todas las medicinas.

    Ese es el vademécum que me dice “para” y “cuídate” y “descansa” y “deja que te quieran”.

viernes, 5 de abril de 2024

Vade retro. (Audio)

 

Vade retro. (En Hoy por Hoy León, 5 de noviembre de 2024)

    No sé si has visto Una pastelería en Tokio, una película de dos mil quince que habla de la exclusión, de los estereotipos, de los prejuicios, de ese modo en el que los humanos separamos a otros humanos por razones que son de todo menos razones o por razonamientos irracionales, que me parece que es completamente el caso. Y lo rápido que se extienden los rumores, y lo fácil que nos resulta dar por ciertas verdades que no lo son o que podrían no serlo.

    Hasta el dulce más delicioso puede resultarnos repugnante, si nos dejamos llevar por la marea de la indignación. He tenido la tentación de contarte lo que pasa en la película, pero lo voy a dejar así, por si te entraran ganas de verla, para que te pille de sorpresa, aunque te puedo adelantar la belleza de los cerezos, las imágenes de una Tokio de calles estrechas, la sensibilidad del ritmo lento de la belleza. Y algunas frases que se caen como de los árboles, bajo la hipótesis de que todas las cosas que hay en el mundo tienen algo que contar: “¿Sabe jefe? Hemos nacido en este mundo para verlo, para escucharlo. No importa en qué nos convirtamos. No hace falta ser alguien en la vida. Cada uno de nosotros le da sentido a la vida de los demás”.

    Me parece que esa comprensión de la universalidad del cosmos es la belleza misma de la vida y por eso señalar la diferencia es cerrar los ojos a la realidad más evidente, la de que todo es uno y uno es todo, la de que me reconozco en los otros, como me veo en cada hoja del cerezo que de un día para otro ha perdido la flor y en cada insecto insignificante que alimenta la vida y hasta en el virus que te tiene sin voz y con fiebres. Siento que esa es la lección fundamental, la de la igualdad en la diferencia, y me paro una vez más en la perplejidad paradójica que desde siempre me detiene: ¿debemos ser tolerantes con la intolerancia? Mi amigo de La Vecilla me habla muchas veces del horror de la tibieza y entiendo su posición y creo que es verdad que debemos defender nuestras ideas. Es solo que ese vade retro, el rechazo visceral y compulsivo, no me gana como el abrazo generoso. 

    Va a ser que soy un hombre blandengue que llora cuando se emociona viendo películas sentimentales; va a ser que disfruto del gozo de abrazar a quien me hace daño, que me siento en la necesidad de incluir a los otros incluso en la diferencia más extrema, aunque eso no me impide pensar lo que yo pienso, sentir lo que yo siento y entender que tengo razón y por eso digo lo que digo y te cuento que esa película japonesa me recordó otra más antigua, una de dos mil ocho que se titula Despedidas y que me hace llorar cuando la veo, porque hubo un tiempo en el que no existían cartas y las personas se expresaban sus sentimientos unas a otras utilizando la forma y el tacto de las piedras y las piedras, sobre todo las piedras, están ahí siempre para asegurarte que el mundo existe y que hay una mano en la que cabe la tuya. El día nueve, en Armunia, el IES Antonio García Bellido celebra cincuenta años de educación soñando en plural. Una piedra sólida en la que apoyarse. ¡Vade retro, intolerancia!

viernes, 22 de marzo de 2024

Ad infinitum. (Audio)

 

Ad infinitum. (En Hoy por Hoy León, 22 de marzo de 2024)

    Me enteré este miércoles de que se investiga a una persona por hacer cortes en el tejo de San Cristóbal de Valdueza. No sé si has estado alguna vez en San Cristóbal, si has tenido la oportunidad de estar en el entorno de este árbol milenario, que te acoge con su serenidad del tiempo que duerme entre sus ramas; si es así, entenderás que te diga que al ver las imágenes de los cortes sentí la agresión como algo propio y, a la vez, mi tendencia insensata a la pregunta me puso en marcha en busca de una explicación: ¿por qué alguien conscientemente puede ser capaz de arrancar trozos de las raíces o de las ramas de un árbol semejante? ¿Aporta algo extraordinario a la cuestión el hecho de que el supuesto agresor sea una persona de Valladolid?

    Se me ocurren varios escenarios: una prueba de amor, que hay veces que se confunde eso que yo sería capaz de hacer para demostrarte mi amor con la estupidez más palmaria; una simple apuesta entre amigotes; un rito de paso para formar parte de una sociedad secreta pucelana —o almeriense, que vaya usted a saber—; un complejo negocio de adornos que se vendieran en una tienda exclusiva —corazones hechos con madera de tejo milenario que se ofreciesen a clientes advertidos junto a colgantes de canino de yacaré albino o pendientes de ámbar con alas de moscas antediluvianas en el interior— ; una obsesión con el mal, una voz que le diga en su interior a la persona que hace esto, que tiene que hacer daño, que tiene que dejar prueba del daño que ha hecho, que hacer sangrar es escapar a la muerte porque la sangre contiene toda la vida.

    Hace poco, al pasar por República Argentina, pude ver en el escaparate de un negocio vacío un anuncio que me conecta con esa parte oscura que descubro en mí. Si hubiera sido una carnicería, una pollería, una casquería, una charcutería, … Hasta si hubiese sido una tienda de ultramarinos o incluso una pastelería o una floristería, habría podido pensar en alguna relación comercial. Pero, no. La tienda estaba vacía y el anuncio me llegó desde ese vacío con un número de teléfono móvil y la frase que me hizo temblar: “necesito carnicero”. Te vas a reír de mí. Vas a decir que estoy fatal y que la cosa no tiene un pase, que es que en algún lugar hay una carnicería que necesita carnicero. Si por lo menos hubiera habido un “se”: “Se necesita carnicero”. “Se necesita carnicero para carnicería”. Todo eso me habría dejado más tranquilo. Pero ahí estaba ese “necesito”, esa urgencia personal y, desde mi punto de vista, para nada comercial.

    Necesito carnicero, necesito agresor de tejos milenarios, necesito sangre en general. Necesito vampiros especializados. El mundo parece siempre el mismo, pero eso es porque no lo miramos con atención, porque todo es siempre diferente. Nos sentimos seguros en nuestro vaivén cotidiano y no nos percatamos de que nos hemos rozado la camisa con quien se ha rozado la camisa con quien se ha rozado la camisa. Y así ad infinitum, o hasta que nos rozamos con el carnicero o con el del tejo milenario.

viernes, 15 de marzo de 2024

Proemium. (Audio)

 

Proemium. (En Hoy por Hoy León, 15 de marzo de 2024)

    Entiendo que el modo en el que se inician los procesos los determina en muchos casos, que la manera en la que iniciamos una relación —una mirada, un gesto, una palabra, un abrazo— coloca un punto de partida que ya dirige casi de forma imposible de torcer la dirección que van a llevar las cosas y eso sirve para relaciones, como sirve para todo lo demás de lo humano, si es que hay algo en lo humano que no sean relaciones.

    El caso es que ese momento primero o incluso diría que un momento anterior, una suerte de proemium, un preámbulo que formara parte del asunto pero que no perteneciera al asunto en sí mismo, viene a ser como una luz que se enciende e ilumina, una guía, un modo de decir esto es lo que yo puedo aportar, lo que yo veo, lo que yo entiendo, lo que yo quiero o necesito. Algo que decimos más rotundamente bajo la frase “hacer una declaración de intenciones”.

    Y el caso es que uno nunca diría que va por ahí declarando sus intenciones, aunque el hecho es que lo hacemos permanentemente. Por ejemplo, si utilizáramos la palabra proemium así escrita, en su mismísimo latín, pongamos por caso para titular un artículo, estaríamos diciendo mucho de nosotros mismos, mucho quizá en un sentido negativo, o mucho tal vez en un sobreentendido que solo algunas personas pudieran entender o mucho de lo oscuro que pretendidamente un pensamiento quizá pedante pudiera desarrollar. Por el contrario, se podría entender como un juego, una manera diletante de enhebrar un discurso sin más finalidad que el mero gozo, el disfrute del vuelco de las palabras que se desparraman sobre el folio en blanco como las fichas de dominó en el sobre de mármol dispuesto para la partida. El sobre de mármol de la partida, una metáfora para jugar con los significados de la palabra partida. Ya, ya, ya sé que los profesores de Lengua dicen que las metáforas que hay que explicar son muy malas metáforas. Es como los chistes. Palabra partida.

    Un profesor de Lengua en  Santa Nonia, proemio —ya no en latín— de la Semana Santa, me recordó no saltar de tema en tema; un miércoles que, perdona que te lo cuente aquí, fue historia en mi universo de emociones, por cosas que no me pasaron a mí, pero que trajeron al mundo fotografías de momentos increíbles, brillos de hojalata en la Plaza del Vaticano en una mañana de sol para la historia de un pueblo de Ciudad Real que tuvo un día grande —eso dejó escrito su alcalde— preludio de la Semana Santa. Un día grande, sí, perdona que te diga estas cosas que no son tan de León, pero que son cosas que me sacan una emoción escondida, como les pasa a quienes disfrutan con gozo de todo lo que pasa y ya tienen la risa en el primer encuentro para decidir desde el principio. No puedo con vosotros, me sacáis la risa que no tengo. Una carcajada en el carcaj. Una flecha de historia. Roma y los romanos. Dos limonadas.

viernes, 8 de marzo de 2024

Nihil obstat. (Audio)

 

Nihil obstat. (En Hoy por Hoy León, 8 de marzo de 2024)

    Para poder publicar un escrito en nuestro país hasta hace cuatro días era necesario conseguir el nihil obstat de la censura eclesiástica católica, la aprobación del contenido moral y también doctrinal de lo escrito. Eso no pasa ya y podemos escribir lo que pensamos con independencia de la opinión de la autoridad, ya sea religiosa, política o de cualquier otra índole, pero el caso es que medimos nuestras palabras cuando actuamos de cara a los demás. Yo lo hago cuando te escribo esto de cada viernes, pero no solo: también lo hacemos en cualquier intervención pública, sea en el foro que sea, desde una conferencia, una charla, aunque sea más informal, hasta la participación en un pleno del ayuntamiento o una sesión del claustro de profesores de un colegio. Medimos nuestras palabras no tanto por las consecuencias que puedan traer consigo, como por lo que dicen de nosotros, por el modo en el que nos retratan delante de los otros. Funciona un nihil obstat privado, una censura íntima que en muchas ocasiones llega incluso a silenciarnos.

    Esa forma de control, que es control social y tiene escalas que nos miden desde la más pura violencia o coacción autoritaria hasta las normas sociales más elementales, pasando por el adoctrinamiento que se realiza desde los medios de comunicación y la propaganda, los comportamientos generalmente aceptados o los usos y costumbres que conforman el sistema informal de creencias que en algunos casos se convierten en generadores de prejuicios, no deja de ser en cierto modo argamasa social, cemento en las relaciones. Eso, que inicialmente va contra nuestra libertad, termina siendo exigido en muchos casos como elemento básico de la relación social. Es, claramente, un juego de tensiones. Lo que me permito pensar, lo que la sociedad espera que piense, lo que calculo que debería pensar, lo que realmente pienso…

    ¿Dónde pones tu nihil obstat? ¿Hasta dónde eres capaz de permitirte tus opiniones? ¿Actúas con absoluta libertad? Al hilo de una actividad que en algún centro educativo de aquí de León se iba a realizar para visibilizar la necesidad de seguir educando en la igualdad real y efectiva entre hombres y mujeres, surgió una polémica que no te cuento porque no hace al caso, pero que me lleva a pensar que hay personas que en su idea de lo que es correcto no se permiten entender que haya otras personas que piensan diferente y parece como si hubiese una necesidad de otorgar el beneplácito incondicional a propuestas que no admiten lo contrario. Es verdad que nos movemos en el proceloso mar de los símbolos, que la interpretación de los gestos está más en el que percibe que en quien interpreta, pero es muy difícil alcanzar acuerdos con quienes ya tienen la verdad antes de empezar a hablar. El control es en cierto modo "enfermizo" porque nunca es total. La vida es imprevisible. Es eso. Es saber que nunca vas a poder cerrarlo todo, que siempre queda algo abierto, pero es que es así y eso no va a cambiar nunca. La calma no está en el control, sino en la confianza.  

viernes, 1 de marzo de 2024

Sine die. (Audio)

 

Sine die. (En Hoy por Hoy León, 1 de marzo de 2024)

    Ayer estuvimos por Astorga. Una mañana fría y una tarde extraña de ventisca y sol y grises y azules profundos. Por la mañana, en la carretera, en el decorado del cielo se recortaba el Teleno, que enseñaba su melena blanca. Conmigo, hablando de la altitud relativa de las montañas, viajaba en el coche un mallorquín también de melena blanca y desmadejada, como la del Teleno; la melena desmadejada del invierno que va y viene, la melena que podría ser melena de campana si es que me dejas exagerar las cosas; campana que llama a concejo, campana de encuentro, de reunión; en este caso, reunión de maestros, de gente de la escuela. El mallorquín, al frente.

    Estuvimos en Astorga hablando de convivencia en la educación, compartiendo experiencias, “llenando mochilas”, que se dijo. Fue un tiempo amable, esa palabra tan valiosa: quizá la que yo escogería si me preguntaras por la palabra que me llega. Amable, más que amabilidad, porque lo amable, lo digno de amor, lo que vale la pena amar es lo que tienes delante, la realidad que disfrutas. Por el contrario, la amabilidad es solo una hipótesis, una posibilidad o, como mucho, un modo de hacer, no eso que haces. Y lo que haces es lo que importa; por eso elijo lo amable y no tanto la amabilidad.

    Hablábamos de separar las conductas por un lado y las personas por otro, de evitar juicios, nominaciones. Una conducta indeseable o inadecuada no hace de la persona que la realiza una persona indeseable o inadecuada, como realizar un acto amable no le asegura al actor la condición de persona amable. La clave, creo yo, se encuentra en el territorio de la emoción, porque esa es la red que teje nuestra vida y las emociones no admiten juicio, porque son íntimas, privadas, y nos explican en la totalidad de lo que somos, aunque me parece que a menudo no sabemos reconocerlas o no encontramos el modo de hacerlo o no nos queremos permitir ese reconocimiento, porque esa emoción que sentimos va contra algo que no podemos cambiar, algo que nos ha costado construir: el espacio de seguridad en el que vamos acorazando, a medida que pasan los años, el inseguro cascarón íntimo de la verdad de lo que somos.

    Somos emoción. Por eso ese estrés tuyo es también emoción, es “e” de energía y es moción, “acción y efecto de mover o ser movido”, energía que se mueve. El problema de tu estrés es que esa energía que se mueve lo hace siempre en el mismo circuito cerrado que hay en tus tejidos, de manera que es esa tensión la que se te agolpa en la espalda, en la mandíbula, en el malestar absurdo que te abraza sine die. Y vas aplazando la oportunidad de dejar que esa energía se mueva en otros círculos. Es una idea sencilla: si soy emoción, mi emoción tiene que ser emoción compartida. Solo si entiendo el hecho de convivir con una pequeña pausa —“con vivir”— adquiero la dimensión humana que me libera. Vivo en la medida que vivo con los otros, con quienes elijo vivir y con quienes viven conmigo, aunque no sean de mi elección. Y eso vale, sine die, para la escuela.