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viernes, 10 de octubre de 2025

Fallecer. (Audio)

 

Fallecer. (En Hoy por Hoy León, 10 de octubre de 2025)

 

En la Plaza de Regla, en el balcón de la Fundación Sierra Pambley, en una de esas mañanas de sol que deslumbran las vidrieras de la catedral, hay una pancarta que nos recuerda que hoy es el Día Mundial de la Salud Mental.

Siento que no debería decir mucho más. Solo eso, que es el Día Mundial de la Salud Mental y que ayer, en una mañana preciosa de sol, vi una pancarta que lo recuerda. Sentí que toda esa belleza de la catedral hacía abstracción del enjambre de turistas y de abnegados leoneses trabajadores o paseantes. La perfección del momento escondía todo lo que pudiera arañarme. Pese a todo, una sombra —no sabría decir de dónde ni por qué— cubría algún rincón inadvertido.

Más abajo, en la oscuridad de la Plaza de San Martín, un batallón de camiones se ocupaba del reparto a los bares, mientras la sirena de una alarma —eran las nueve y media de la mañana— se despertaba a gritos esperando la llegada de la persona encargada de apagarla. Cajas y cajas de cerveza apiladas en una carretilla esperaban el momento de entrar en los almacenes con la docilidad propia de lo inerte, esa docilidad contagiosa a personas y cosas que llegará cuando el frío esté ya en los cristales de los botellines. Apreté el paso, dejando atrás la caverna, como en el símil de Platón.

En el Día Mundial de la Salud Mental, el verbo que se me ha venido a la cabeza es el verbo “fallecer”; no en el sentido usual de “morir”, sino en el menos usado de “carecer y necesitar de algo”, porque veo la enfermedad como una carencia y una necesidad a la vez: carecer y necesitar es lo que nos genera esa falsa sensación de culpabilidad a los enfermos, una culpa de la que nos debemos liberar. Sé que va en grados, sé que no a todos nos pasa. Te concedo todas esas objeciones, pero yo sé que ese “fallecer” culpabiliza y es un poco sentirse morir, dejarse morir, abandonarse a esa suerte. Lo he visto especialmente en enfermos depresivos, que encima tienen que soportar que todo el mundo les diga que se animen, algo que los mata definitivamente. A nadie que le duele una muela le decimos que se ponga a masticar. El problema de la salud mental es ese, que nos cuesta reconocer su carencia y su necesidad. No reconocerse en la enfermedad —física o mental— es fallecer.

Extrañar. (Audio)

 

Extrañar. (En Hoy por Hoy León, 3 de octubre de 2025)

 

Hay un cielo en el que perderse. Cada uno sabe dónde está el suyo. Yo me lo imagino como un flotar infinito, un deshacerse en nubes sin espuma, un modo de entrar en lo hondo de lo que verdaderamente quieres. Desaparecer en ese cielo, perderse en él, es entenderse con el mundo. Extrañar ese cielo duele en las costuras que esconden la arquitectura material de las cosas.

Paseas por los Jardines de San Francisco, con el despliegue de camiones de comida callejera y la música de la fiesta, y miras a la cara a Neptuno y ves en él el deseo de un cielo de aguas y tritones, un azul de sirenas y sueños de espuma. La costura material de la alegría está en la espuma de las cervezas y en el olor de la carne abrasada de buey, porque el pulso de lo terrenal no extraña nada que no pueda acostarse en el pan de una hamburguesa.

Es verdad que ese cielo es el mismo de San Isidoro, destapado en mercado medieval y manos artesanas que hacen pan o pequeñas joyas, o manejan brasas bajo otras carnes que no necesitan cama o tantas y tantas posibilidades de extrañare en ese universo inmediato de la vida: pasear, jugar, charlar, entretener, comer… Verbos impropios de este extrañamiento, este extrañar protagonista de un pensamiento tan insensato como propiamente extraño.

Y eso que lo verdaderamente extraño es poder respirar sin ese cielo en el que conviene perderse, poder continuar con la tarde a pesar de ese chorizo que vuelve una y otra vez por el esófago recordándote que lo material te envuelve, que la grasa de las fiestas es un producto ignífugo, que el azúcar de las golosinas es fuego en el páncreas y que la lona de las carpas es un espejismo de blancura.

Extrañar el cielo es olvidarse. Extrañar el suelo, abandonarse. La frontera entre el olvido y el abandono es muy sutil. Es un riesgo que nunca debe correrse. Por eso creo que perderse en el cielo es triunfar, porque es el modo de no poder salir ya nunca de él y, por el contrario, asegurar un suelo en el que pisar es negarse cualquier camino más allá de lo que se pueda masticar.

Extrañar lo imposible. Beberse el mar.

viernes, 26 de septiembre de 2025

Denunciar. (Audio)

 

Denunciar. (En Hoy por Hoy León, 26 de septiembre de 2025)

 

Ayer estuve declarando, como testigo, en un juicio rápido. Para qué te voy a decir que hace dos años o así que se practicó la instrucción de lo que se juzgaba y que el adjetivo rápido… Pues eso: el comentario fácil acerca de la lentitud de la justicia. Yo creo que la justicia tiene que ser lenta en sus procedimientos, rigurosa, garantista. Tiene que asegurarse bien de conocer todas las aristas de lo que se juzga. Entiendo que si, además, contemplamos la falta de recursos, la enormidad del papeleo y las carencias que los profesionales de la administración de justicia denuncian, esto de que pasen dos años entre la instrucción y la vista es hasta un récord de velocidad. Lo que pasa es que, entre tanto procedimiento, lo juzgado caduca y las personas que esperan que se produzca una sentencia sienten que esa espera es eterna y se desesperan sufriendo las penurias que quizá algún día esa sentencia, cuando pueda ser firme, vendría a aliviar. Quizá cuando ya sea inútil, en algún caso.

Ayer, te decía, en el pasillo de la tercera planta de los juzgados de León se mezclaban policías, detenidos, abogados con y sin toga, testigos, acusados, funcionarios y no sé si hasta obreros de una reforma que se está haciendo entre sala y sala. Acostumbrado a no ver el mundo, te ves en la obligación de mirar a la cara a quienes están siendo acusados de un delito y en contra de quienes vas a declarar en unos minutos. Y los tienes ahí sentados, en el pasillo donde todo el mundo se hacina; en el banco contiguo preparando su defensa con su abogado. Y, cuando empieza la vista y estás hablando frente al micrófono de la sala, los tienes a tu espalda, observando cada inflexión de tu voz, analizando cada respuesta que das al fiscal y al abogado de la defensa. Es la claridad de la justicia.

Ayer, ya ves, cuando volvía al trabajo caminando por Papalaguinda, pensaba en la frescura del otoño, en el sol del membrillo, en la belleza de la luz entre las ramas de los castaños de indias. Y me acordé de un anuncio que había visto incitando a denunciar a los bares que ponen el fútbol de forma pirata. Según la publicidad, las denuncias podían hacerse de forma sencilla y anónima. Denunciar. Ese es el verbo. Tan necesario. Tan perverso, si se queda a un paso de la forma de actuar de la Gestapo. Denunciar, sí. Pero para que se actúe a la luz de la justicia, aunque sea lenta.

viernes, 19 de septiembre de 2025

Correr. (Audio)

 

Correr. (En Hoy por Hoy León, 18 de septiembre de 2024)

Yo, que no lo practico, veo en el acto de correr un acto de heroísmo. Bueno, en el acto de correr por deporte, claro, y no en todos los casos, que hay a quienes esto de correr les sale fácil y se mueven por los caminos como si no hubieran hecho otra cosa en su vida. No hablo ya de los deportistas que se dedican de un modo más o menos profesional a ello y se dejan llevar por la cinta del tartán con la soltura de un bailarín, sino de esas personas —muchas más mujeres que hombres, como que a los hombres les costara más—, que te pasan como un silbido mientras tú te arrastras caminando para lograr el número de pasos de la aplicación del móvil.

Cuando hablo de un acto de heroísmo me refiero a esos otros que se ve que no pueden correr o no saben o les cuesta, pero corren. No les sale fácil, como ocurre con esas otras gacelas de las que te hablo. Son personas que se ahogan en su esfuerzo y que se exigen un poco más cada segundo, son héroes del esfuerzo por sí mismos. No lo digo con admiración, es solo constatar un hecho: hay quienes corren porque les sale fácil, también estamos los que no corremos y, en un techo heroico, los que corren porque creen que tienen que correr.

Hace poco, un hombre de unos setenta años corría delante de mí por la senda de Eras de Renueva. Corría torcido, agarrotado, tenso. Daba la sensación de que, en cada zancada, se hacía daño. Pensé que quizá le convendría más caminar, pero volvió la cabeza y le vi una sonrisa de felicidad que me quitó todas las razones.

Creo que, en general, podemos extrapolar la metáfora del corredor para la vida: hay quienes viven con facilidad una vida de éxito, quienes vivimos a paso tranquilo la vida que nos llega y quienes heroicamente hacen de su vida, con su esfuerzo, un ejemplo para los demás. Sinceramente no le doy más valor a un modo de vivir que a otro. Lo que no veo bien es correr para escapar o correr por obligación, sin poder decidir qué zancada es la tuya. Y no hablo de la polémica por la red de calor, que ahí veo que cada uno corre por donde puede.


viernes, 12 de septiembre de 2025

Brillar. (Audio)

 

Brillar. (En Hoy por Hoy León, 12 de septiembre de 2025)

 

La buganvilia es una trepadora exquisita que dibuja de rosa los muros, las cercas, las vallas; una trepadora que convierte en luz lo opaco de la separación. Tener una buganvilia es crear una armonía que desdibuja las líneas de lo prohibido: el paso prohibido, la entrada prohibida, el acercamiento que se niega. La buganvilla sabe el camino que conduce a la memoria y al brillo de la tarde de verano en el pecho escotado de la casa.

Veo en la tarde ventosa de este León que se despereza hacia el otoño una buganvilla que se deshoja, que pierde sus flores en la fuerza del viento y deja escapar su belleza del verano. Hay un trasiego de uniformes de colegio y de plumieres, de lápices afilados y mochilas nuevas, un olor a libros que se estrenan, virutas de goma de borrar resbalando por cuadernos recién empezados. Detrás de las vallas de los colegios, desnudas de buganvilias, se encierra un pedazo de vida que hasta hace una semana rodaba por las calles y la semana que viene se encerrarán los adolescentes y dejarán el pulso de la ciudad latiendo al ritmo de los que quedan fuera de ese empeño de ilusión.

Es verdad eso que dice en una pegatina que leo casi cada mañana: la educación es la única fuerza que puede cambiar el mundo. Es algo en lo que creo con firmeza, que la educación es el arma más poderosa en este universo de miedo que nos llega desde las fronteras del bienestar diario —fronteras vacías de buganvilias—, ese afuera inquietante que se construye en el ruido de la confrontación. Solo la educación puede transformar el mundo. Lo malo es que tengo la sensación de que esa arma en la que creo se desmorona en manos de quienes la manejan, como si fuera un tirachinas de goma que solo pudiera servir para hacer chichones, como si no tuviera dentro de sí el potencial transformador que yo veo. Ese manejo busca en muchos casos solamente la manipulación de lo que hay en función de lo que conviene. Pero lo que conviene ¿a quién o a quiénes?, me pregunto.

Me preocupa la pérdida de la noción básica de lo que significa educar —acompañar en el camino, educere; frente al interesado educare, instruir, formar: de algún modo, ahormar—. Brillar es el verbo de la semana. Alcanzar el brillo de la buganvilla en el pecho del que aprende.

Arrasar. (Audio)

 

Arrasar. (En Hoy por Hoy León, 5 de septiembre de 2025)

 

Debería hablarte del fuego, de los genocidios, de la muerte de un grupo de migrantes en la costa de Almería este miércoles. Debería hablarte de la desesperación del alcalde de Caín que decía este miércoles que los negocios se cierran en su pueblo y que hay despidos y que las reservas de turistas para septiembre se están anulando. Debería hablarte de una encina en la que se metieron mis hijos paseando por Las Médulas para una foto que ya hoy es imposible. Debería hablarte de los tractores arrancando cortafuegos de urgencia en las afueras de los pueblos para salvar las casas. Debería hablarte de la desolación de cerrar la puerta y marchar sin saber qué vas a encontrar cuando vuelvas. Debería hablarte de todo ese dolor y esa rabia. Debería hablarte de la necesidad de resolver. Todos. Claro que sí. Todos. Sin saber bien qué significa eso de resolver entre todos, sin saber bien hacia dónde mirar en esta pesadilla del treinta, treinta, treinta. Temperaturas por encima de treinta, humedad por debajo de treinta, viento con velocidad superior a treinta. Y todo lo demás que es treinta veces treinta: la ambición sin escrúpulos, la falta de medidas y recursos, la irresponsabilidad. También para la guerra: ambición, abandono, amoralidad. Fuego, sangre, miedo y frialdad.

Arrasar es el verbo que me conmueve. Lo arrasado y lo que arrasa, quienes se ven arrasados y quienes arrasan, el efecto arrasador y la causa arrasante. Causa y efecto. Conexión necesaria entre una y otro. Y en el proceso, en la mirada del que observa, la inquietud de la fuerza imparable del efecto devastador de lo humano como una bomba de relojería que se detona cada segundo sin esperar al clic del final de la cuenta atrás. Una bomba devastadora que es nuestro modo de vida, de consumir la vida, de vender la vida, porque ya somos armas en manos de nuestros propios enemigos, elementos que arrasan lo propio, llamaradas de inconsciencia que ambicionan queroseno inflamante para arrasar y arrasar y no dejar nada hermoso en pie y dejar solamente paisajes vacíos de vida, efecto de la ambición de todos los genocidas que encienden la llama del miedo.

Lejos de la seguridad de nuestras almohadas, nuestra conciencia arrasa el sentimiento de culpa y nos libera de todo mal para seguir consumiendo el mundo que nos toca, para seguir viviendo en una realidad incendiada sin que nada nos toque la piel.

viernes, 20 de junio de 2025

Chupar del bote. (Audio)

 

Chupas del bote. (En Hoy por Hoy León, 20 de junio de 2025)

 

El olor de los tilos me transporta a otro tiempo. Es un impulso que no sé explicarte, un eco del ayer que me conmueve. Me encanta ese tramo frente al Colegio Camino del Norte, junto al Bernesga, con el frescor del río y el dulce de la tila en una mezcla de bienestar y calma a pesar del tráfico y de la prisa y del impulso que nos lleva en el corazón de los días. Si vas por la zona a ver los fuegos de San Juan, busca una bocanada de ese aroma que te digo, déjate atrapar. La memoria del olfato es tan poderosa y excitante que nos desata.

Sería muy fácil, hablando de olores, decir que hay un olor a podrido que crece con las famosas conversaciones que hemos ido conociendo desde la semana pasada, esa peste impúdica de dinero y fiestas, eso que tantos han negado tantas veces y que ahora se revela casi de forma incontestable: algunos se han dedicado a chupar del bote al tiempo que se exhibían como salvadores de la patria y de la moral. Ese olor a podrido no me impide disfrutar del perfume de los tilos de la ribera del río, porque creo que algo limpio debe quedar al margen de todo eso que huele mal tanto en la izquierda como en la derecha, porque me niego a creer que todos son iguales y que todos chupan sencillamente del mismo bote. Me da un asco enorme la imagen de todas esas bocas arrimadas al mismo bote a la vez o por turnos.

Pero eso no justifica las pintadas en la fachada de la sede del PSOE, porque no todos allí son eso que se dice. Hasta es difícil saber si habrá alguno de los de aquí que pudiera estar amorrado a ese bote. Por mucho asco que nos produzca el caso, la descalificación general no resuelve nada. Es verdad que hay que tomar mucha tila para calmar los nervios viendo todo lo que estamos viendo. Es verdad que se dice que algunos de los dirigentes de aquí estaba muy cerca de alguno de los del triángulo tóxico. Es verdad que el aparato del partido puso a rodar toda su maquinaria en las primarias que denuncia el candidato perdedor. Todo eso puede que sea verdad, pero no es política. Al menos no es “la política”. Es otra cosa.

miércoles, 18 de junio de 2025

Liarse a mamporrazos. (Audio)

 

Liarse a mamporrazos. (En Hoy por Hoy León, 13 de junio de 2025)

 

Mientras veíamos el domingo pasado el partido de Alcaraz estuvimos leyendo en las gradas laterales, en inglés y en francés, una frase que entiendo que se traduce como “la victoria pertenece a los tenaces”. Es verdad que la tenacidad es una virtud que conduce al éxito, aunque no siempre. Mira, por ejemplo, lo tenaces que son esos de la compañía eléctrica que te llaman a las tres de la tarde. En algún caso conseguirán convencer a alguien, pero no siempre.

Esta idea de la tenacidad me hace reflexionar sobre algo que se ha impuesto en nuestras vidas: la consecución de un reto tras otro. Iba a decir challenge, que es quizá lo correcto, pero me quedo con reto o propósito. Me explico: ya estamos muchos con el reloj digital en la muñeca y andamos pendientes del número de pasos, del consumo de calorías, del tiempo de actividad física, de todos esos detalles que sobre nuestra salud nos muestra la aplicación ya sea en el reloj o en el teléfono. Y lo asumimos como un reto, una necesidad. “Tengo que hacer los pasos”. Como esta, la vida de hoy nos impone otras muchas situaciones en las que competimos, ya sea con otros o con nosotros mismos. Y esa competencia nos lleva a un estado de alteración que quizá esté alimentado por las llamaradas solares esas que hemos tenido hace poco o por el tremendo lío de dimes y diretes en que se ha convertido la política. Algo que tendría que ser solamente la discusión serena para conseguir el mayor bien público es una fuente de crispación y corrupción inagotable.

Así es que no es de extrañar que, en un bar de la zona de San Ignacio, dos parroquianos en la barra se pusiesen a discutir y casi llegasen a las manos, mientras la camarera decía en voz baja cuando le preguntaban: “nada, la política”. Hace un par de semanas, en un bar de Eras de Renueva, en una discusión, un cliente le abrió una herida en la cabeza a otro de un garrotazo y hace un par de días dos chicos se peleaban a puñetazos enfrente del mismo bar. Estos no sé por qué discutían, pero que digo yo que la tenacidad es otra cosa y, a veces, hay que saber entender al otro y frenar un poco, porque también es sabido que, en ocasiones, perder es ganar.

   

sábado, 7 de junio de 2025

Como oro en paño. (Audio)

 

Como oro en paño. (En Hoy por Hoy León, 6 de junio de 2025)

 

Al pasar por el entorno de la estación de FEVE de León, por esa calle de urbanización limpia y moderna que se abre al parque y a la zona de juegos, que regala estampas bucólicas de familias disfrutando de la tarde, cuando se llega a la estación propiamente dicha uno puede observar el reloj del andén detenido y no sé si digo detenido el andén o detenido el reloj o detenido todo, hasta la estampa bucólica de los jardines y unas parejas sentadas en los bancos a la espera de ningún tren. Todo congelado en el calor de una tarde de primavera.

El reloj de la estación marca las doce en sus dos esferas. Entiendo que ha sido voluntariamente colocado en esa hora y que no ha querido el capricho del destino que haya detenido su marcha en una melancólica medianoche o en un luminoso mediodía. Al ver las manecillas apretadas contra las doce, algo en mí también se ha detenido, como buscando un tiempo en el que llegaban los trenes, un tiempo en el que todo aquello era aparcamiento; uno ya va teniendo memoria de la ciudad y eso da miedo porque te hace ver lo cerca que pudieran estar esas manecillas paradas para algo que no fuera el tren.

Y digo yo que la entrada en el andén del ferrocarril no rompería esa estampa bucólica, sino que le añadiría un extra de dinamismo, más allá de los columpios y los juegos infantiles. Las manecillas del reloj no deberían moverse hasta que circulen los trenes. Deben permanecer en señal de protesta señalando al cielo para ver si hay algo que se mueve y rompe esta estampa de belleza estática; pero debe llegar el día en el que por fin se muevan, el momento en el que ese paseo delicioso desde Álvaro López Núñez hasta la Universidad por el trazado de la vía estrecha sea un paseo imposible porque el tren de la montaña vuelve a mover el tiempo en el centro de León.

Es un reloj precioso. La estación luce hermosísima. Está faltando el tiempo para que el tren vuelva a movilizar ese hermoso dibujo y conservarlo como oro en paño porque es identidad leonesa.

sábado, 31 de mayo de 2025

Si te he visto no me acuerdo. (Audio)

 

Si te he visto no me acuerdo. (En Hoy por Hoy León 30 de mayo de 2025)

 

Parece que ni mesas ni manifestaciones ni nada de nada. La noticia del cierre de la azucarera de La Bañeza es una marca más en la piel de León, otra herida que nos dirán que se va a restañar con recolocaciones y con inversiones, como ocurrió cuando se cerró Veguellina, otra herida que dejará sangrando el tejido productivo de la provincia, casi exangüe ya de tanta laceración.

Desde la Junta se esfuerzan en explicar que las subvenciones de dinero público que se han dado a la empresa no han ido a La Bañeza, sino a Toro y a Miranda que, curiosamente, son los centros en los que la dueña de la azucarera ha anunciado que va a mantener actividad. Fíjate que no me vale ese detalle, que pienso que las subvenciones de la Junta han servido para apoyar la actividad de la empresa en su conjunto. Pero eso es algo que ya tenemos muy visto: empresas apoyadas por dinero público que en el primer contratiempo escapan por la gatera con un gesto inequívoco que dice que si te he visto no me acuerdo.

Y aquí en León a producir más remolacha que nadie y a llevarla a Toro en la próxima campaña. Me acuerdo cuando cerraron Veguellina que hablábamos en la radio de las procesiones de remolques cargados de remolacha, de una especie de mística de la agricultura y una oyente nos llamó para decir que sí, que todo muy bonito, pero que también había que hablar de la peste de la melaza. Pues se acabó esa peste también en La Bañeza. Ahora viene otra. Esa otra peste que no huele, pero envenena. Y sí. La mayoría de los responsables no lo dirán, pero lo pensarán para sí: ante tamaña dificultad, si te he visto, no me acuerdo.

Y la cosa es que el azúcar ha sido un símbolo de bienestar hasta que se ha colado la idea de que es el mayor veneno que podemos ingerir. No sé si eso será verdad. Tampoco sé si las condiciones del mercado obligan a la dueña de la azucarera a recortar de este modo su estructura, pero sí que creo que la compañía tiene otros intereses que le resultan más rentables. En fin. Como diría Celia Cruz… ¡Azúcar!

lunes, 26 de mayo de 2025

De tripas corazón. (Audio)

 

De tripas corazón. (En Hoy por Hoy León, 23 de mayo de 2025)

 

Me decía un amigo muy comprometido con la Feria del Libro de León que la idea de este año de dedicarla a la gastronomía había sido una buena idea, pero que quizá esa misma idea había impedido la presencia de más figuras de relumbrón, autores mediáticos de los que arrastran a la mayoría de los que consumen libros. Es verdad que la literatura —en general los libros— parece que se estuviera transformando, como todo, en un producto más en el estante del mercado infinito y un producto ligado al éxito previo en las redes sociales de quien firma la obra. Lo decían muy bien hace un par de semanas en el Mitos2.0. Desmontando la Vida de Hoy por Hoy: «antes los escritores buscaban editoriales en las que publicar, pero ahora son las editoriales las que buscan personas famosas que escriban libros». Lo que menos importa es la calidad de la obra: por encima de todo está la viabilidad del producto.

Así es que creo que este viraje hacia la gastronomía de la organización de la Feria del Libro de León es un modo de masticar el fenómeno, algo así como hacer literalmente de tripas corazón, colocar en las tripas el corazón.

Ya, ya. Ya sé que me vas a decir que esta tarde vienen pesos pesados y que te da mucha rabia no poder estar en lo de María Oruña, que el ciclo León en negro es estupendo y que las iniciativas, las ideas que recorren la programación abriendo puertas a acciones distintas que la presentación del libro y la firma de quien lo ha escrito son un hallazgo. Pues es eso que te digo: se trata de hacer de tripas corazón y recolocar los libros para que no sean solo un objeto de veneración por la fama de la persona que lo ha escrito. Atrapar la sombra de la fama, del éxito mediático a través del producto es la idea base del comercio de la cultura en el mercado de hoy.

Otra cosa es lo de Espacio Factor y La Casona de San Feliz. Ahí se mueve un duende que no sé si piensa mucho en productos para el mercado. Me da que solo ve a las personas y sus obras. Este no hace de tripas corazón, sino que es impulso, es tripa pura, corazón inmenso.

martes, 20 de mayo de 2025

Como una pera. (Audio)

 

Como una pera. (En Hoy por Hoy León, 16 de mayo de 2025)

 

En una entrega de su Onda Incendiada que me hizo llorar dejó escrito Juanmi que yo estaría ausente un tiempo y que volvería después de las primeras nieves. ¡Y ya ves cuánta razón! Después de las primeras nieves, solo que mucho después. Gracias, Juanmi, por todas las palabras tan hermosas con las que hablaste de mí aquel día.

Supongo que te lo imaginas, que de algún modo sabes que todo este tiempo de silencio ha tenido que ver con mi estado de salud. He pasado un bache de esos que te incapacitan. Hasta el punto de que en buena parte de este tiempo no he tenido fuerzas, no te digo ya para escribir o trabajar en el ordenador, sino tan siquiera para leer o ver series en la televisión. Ha sido un tiempo duro. Un tiempo para dejar de ser a secas y aprender a ser paciente. Dejar de ser uno y ser el paciente de la 233 y dejarse llevar por el vaivén del tren de Cercanías arañando la ventana, una luz roja que se pierde en el cielo; cerrar los ojos y esperar pacientemente, dejarse hacer, abandonarse. Ser paciente una y otra vez. En las máquinas, en los exámenes, con las agujas. Dejarse hacer con paciencia. Mantener activa la convicción de la sanación. Y poner el foco solo en eso. Eso es lo que he hecho, abandonarme a mi propia sanación, sin dejar ni un resquicio para ninguna otra cosa. Por eso tuve que dejar de escribir.

No me gusta hablar del cáncer en términos de batalla o de disputa deportiva. Ganar o perder no son términos correctos. Eso queda para la Cultural mañana en el Toralín. Yo he vivido esta experiencia como una más de las que he tenido que vivir en mi vida y he querido integrarla en mi propio crecimiento para sentirme tan sano como una pera. A pesar de que todavía no estoy al cien por cien, que mi recuperación es lenta, que la sombra de la recaída está siempre en el umbral de la puerta —a pesar de todas esas minucias— me siento fuerte como un roble, como me sentí en la UCI cuando tenía colgados de los brazos más artilugios que un árbol de navidad. Con la convicción paciente de la sanación. No es una pelea, no es una competición. Es la vida que te obliga a parar y darte cuenta.